Saturday 25 March 2023

Sí, señor Huertas, aún están vivos sus versos



El 15 de abril de 1862, la escritora de lengua inglesa Emily Dickinson envía una carta al político, militar y escritor Thomas W. Higginson. La correspondencia que duraría años, comienza con estas palabras:

Señor Higginson,

¿Está usted demasiado ocupado para decirme si mi verso está vivo? la mente está tan cerca de sí misma, que no ve claramente y no tengo a nadie a quién preguntar, si usted pensara que respira y si tuviera tiempo de decírmelo, le quedaría muy agradecida.

Dickinson no llegó a publicar en vida más que algunos pocos poemas. Vivió en la época victoriana, y con el tiempo, empezó a recluirse en su casa, se dice que durante su edad adulta no salió de su cuarto, dedicándose exclusivamente a la escritura, negándose incluso a bajar las escaleras de su casa, siempre vestía de blanco. Adquirió fama de ser una mujer huraña y aislada del mundo, ello no fue impedimento para que hoy en día se conociera su extensa obra, entre poemas y cartas.

En la carta a Higginson, la escritora se cuestiona por la vitalidad de su prosa, debido a ello, inicia un intercambio epistolar, con quien se convertiría en su mentor.

Me cuestiono si los artistas de hoy en día se realizan esta misma pregunta, o si se asume que, por el hecho de hacer arte en la contemporaneidad, su gesto goza per se de vitalidad. Personalmente, no creo que todo lo que es presentado como arte, lo sea; ni que todo lo que se aleja de los espacios artísticos, no lo sea.

Con estas inquietudes me aproximo a la exposición de Breyner Huertas en la galería Liberia en Bogotá bajo la curaduría de Carolina Cerón; sin embargo, para ser exactos, más que ser una exposición, ésta es para mí un libro escrito por Huertas.

Breyner es un artista que escribe. Además de publicar reseñas y ensayos sobre el trabajo de otros artistas, escribe con fotografías, con archivos, con objetos, e incluso, cuestionando su propia identidad.

En la galería Liberia, Huertas presenta un texto abierto para el público donde despliega la fisicidad misma del libro: Hojas de papel, lomo, encuadernación etc. Pero el libro de Huertas no es un libro con olor a nuevo y envuelto en plástico transparente, no, es un libro gastado por el tiempo, de hojas amarillas, con papeles carcomidos por polillas y gusanos de plata; es un libro cálido por el contacto que ha tenido con las manos que han acariciado sus páginas, es un libro gastado y usado, lleno de diagramas y ralladuras hechas con esfero y resaltador; es un libro que se abre cálidamente al lector. 

Huertas nos deja ver el uso del libro y con ello, nos permite imaginar al personaje que lo lee y participa de este esbozo narrativo; es un esbozo mudo, pues el personaje nunca habla, solo quedan rastros de su lectura.

En este despliegue textual, el espectador se vuelve un lector, pero también un personaje del escenario de Huertas, y asimismo un autor, pues, es quien finalmente atará los fragmentos y escribirá su propia historia. La historia que cuenta el libro es el mismo libro, lleno de múltiples comienzos y finales. Desde esta perspectiva, los papeles incrustados en el techo de la galería se convierten en avioncitos de papel que vuelan en la imaginación de niños, pero también, hacen parte de un recuerdo infantil del artista: dardos de papel lanzados por estudiantes al cielo raso del colegio.

Huertas extiende la noción misma de libro y lectura al espacializar sus textos en la galería.

Sí, señor Huertas, aún están vivos sus versos. Y aunque no lo crea, al igual que los de  Dickinson, aún gozan de cierta lozanía.


2018-2023

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