Wednesday 15 June 2022

Cartas a Cecilia

Este texto recoge cuatro cartas o mensajes que surgen a raíz de la exposicón Veroír El fracaso iluminado de la artista Cecilia Vicuña en el Museo de Arte Miguel Urrutia del Banco de la República en Bogotá, curada por Miguel A. López. 

Los textos surgen tras una serie de visitas a la exposición, en donde sin premeditarlo, entretejo experiencias personales y problemáticas sociales con las obras de Vicuña. 


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18 de febrero 2022


Estimada Cecilia,


Primero, quiero agradecerle por estar exhibiendo su trabajo en Bogotá. No sé si maneja sus redes sociales o no, si leerá este mensaje o no, pero le escribo porque me nacen las palabras y quiero hacerlo.

Le escribo desde la cima de Monserrate; hoy en la mañana, mientras subía, pensaba en aquella imagen suya donde con un hilito rojo tejía los árboles, con las calles y los afectos de esta ciudad; y sentía que con su actual exposición, su presencia ha vuelto a habitar estas tierras; hoy imaginaba que a lo mejor, la encontraría entre estos caminos de árboles tejiendo con pequeños hilitos rojos, sentada en algún rinconcito entre un Borrachero y un par de Eucaliptos.

La inauguración de anoche fue especial, no sólo se encontraba su trabajo engalanado por los cielos y los cerros de Bogotá, sino por una potente luna llena, que justo se asomaba por el Apu desde el cual le escribo ahora. Para sorpresa mía, a la salida del museo había un hombre de cabello largo tocando una quena y al parecer unas maracas ¡Era música de los Andes! Era música conjurada por Cecilia y su exposición, viento(Paracas)/música que ha anudado el águila, el quetzal y el cóndor, y que ahora, potentemente suena en Bogotá y resuena en nuestros corazones, al menos fuerte y cariñosamente en el mío.

Muchas gracias Cecilia,


Mis mejores deseos,


Snyder Moreno Martín


Pd. Espero leer pronto su libro Cruz del Sur, lamentablemente es de difícil acceso y un tanto costoso aquí.

Un afectuoso saludo.


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26 02 2022


Estimada Cecilia,


Lamento mucho no haber recibido respuesta a mi mensaje, intuyo que no revisa las comunicaciones en sus redes sociales, o quizás prefiere no interactuar por ese medio, la entiendo. Aún así, quiero escribirle nuevamente, haciendo honor a mi palabra de permitir que la palabra surja cuenda ella lo desee. La ausencia de su respuesta, en vez de desestimularme, hace que mi escritura no tenga que estar encajonada en el tono de una correspondencia a alguien que no conozco -pues quizás nunca lea estas palabras-, y a raíz de ello, me permitiré ciertas licencias y quizás el tono se vuelva más personal.

Cecilia, le cuento que ayer visité por tercera vez su exposición, pero antes de hablarle de esta experiencia, permítame hablarle de mi segunda visita, pues fue una visita iluminadora, como todas hasta el momento.

Quise ir exclusivamente a ver el video ¿Qué es la poesía?, y fue muy bonito ver que en uno de sus primeros fotogramas aparece el cerro de Monserrate, justo el lugar desde el cual le escribía mi primera misiva, sentí que de alguna manera tejíamos entre mi presencia y su ausencia, entre su presencia y mi movimiento en la sala, entre las calles y los cerros. Deambulé un rato por la exposición, volví a ver el video y se me vino a la mente aquel verso hermosamente cantado por Mercedes Sosa: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida” Y pensaba en la tristeza que habrían 

sentido sus obras al dejar Bogotá hace algunos años, la extrañeza que habrían experimentado al hallarse nuevamente en la ciudad,  y la alegría de volver al lugar donde amaron la vida.

Ayer fui de nuevo con una amiga a quien quiero mucho, estudió literatura, es educadora popular y ahora hace un doctorado en filosofía, sin embargo le aburren los museos de arte, para convencerla de que se permitiera ir a su exposición le dije: “¡Vamos! Cecilia es una artista fabulosa, para mí es como la Violeta Parra de las artes visuales”, así la convencí. Y en esta tercera visita, en vez de caminar por su obra, su obra me hizo caminar por mí, o quizás, ella caminó sobre mí. Pues era imposible no reconocer mis propios ideales, obsesiones y pasiones en ella; y caminaba por entre sus obras como si fuera llevado por aquel hilito rojo del Niño del Plomo, y el tiempo ya no era más unidireccional sino, múltiple y posible.

Regresé hace unos pocos meses a Colombia luego de estudiar una maestría en el Royal College of Arts gracias a un estímulo del Banco de la República. Londres fue un tiempo retador en mi vida, pues además de afrontar gran parte de la pandemia allí, estuve hospitalizado y tuvieron que realizarme un procedimiento quirúrgico, lo afronté sin mi familia de sangre cerca a mí, y ello fue importante y formador, crecí y me fortalecí bastante.

También fue un momento en el que varias ilusiones se desvanecieron, pues no pude acceder a los talleres de mi universidad y tuve que salir de Londres al inicio de la pandemia, pues no podía pagar el arriendo en la ciudad, ya que me había quedado sin entradas económicas extra. El Royal College, como institución, fue una experiencia elitista y permeada por las políticas neoliberales y el academicismo; no obstante, fue un momento fundamental para mí como artista, pues me permití confrontar mi trabajo con otras narrativas; además resalto el componente humano de la universidad, fue sobrecogedor, allí conocí a mi mejor amigo, quien luego me llevaría ropa limpia y comida al hospital.

Por eso, el ver el registro del Festival de las Artes por la Democracia en Chile que hicieron en 1974, justo en el mismo edificio donde yo tenía mi taller antes de la pandemia, me hizo volver a deambular por los pasillos de Kensington, y encontrarme con la fuerza contestaria de sus obras haciendo rugir aquella escuela, y de esta manera, sentía que mi imagen del RCA se sanaba, pues ahora, allí latía la esperanza y el inconformismo ante el estatus quo; creo que aún hoy late, por más que las recientes administraciones intenten acabar con la fuerza creativa y revolucionaria de esta institución. A modo de anécdota, le cuento que justo después de salir del hospital y justo antes del inicio de la pandemia, mis tutores entraron en huelga, yo, en medio de mi convalecencia, fui a acompañar las movilizaciones e incluso le escribí una carta pública al Vice-Chancellor, que por supuesto no respondió. Aún late.

En medio de aquellas fechas convulsas, sabrá que hubo un gran estallido de indignación social en Colombia, yo lo observaba desde la pantalla de mi computador, sentía temor por lo que pudiera pasarle a mi familia, sentía impotencia de no poder viajar y no tener recursos para hacerlo y tenía esperanza profunda de que la sociedad colombiana estuviera despertando; sólo contaba con manifestarme ante la embajada, en redes, con mis compañerxs en la universidad y en mi obra. Así, también me sentí tejido a usted, a la joven que con nostalgía y rebeldía sentía a Chile desde los jardines del Hyde Park.


Gracias,


Christian Snyder Moreno Martín


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26 de Mayo


Estimada Cecilia,


Le cuento que desde la última vez que le escribí he venido aproximadamente otras dos veces a su exposición, en una de ellas su trabajo me produjo tal deseo de crear que tuve que salir corriendo a mi apartamento-taller y ponerme a trabajar; la segunda vez vine con una amiga, y me sentí tan contento que empecé a hablarle sobre algunas obras y de su contexto, le hablé de la anécdota del “secuestro de Cortazar”, de la dictadura, las manifestaciones en Londres, el estallido social etc; cuidando de no dar demasiados detalles para que ella pudiera encontrarse por sí misma con sus obras.

Hoy he venido nuevamente a ver su exposición, está vez con el objetivo de darle un cierre a mis palabras.

Llegué a primera hora, justo a la hora en que a las afueras del Museo hay filas de estudiantes de colegio y turistas organizando su día. Le confieso que me enojé un poco el ver que los televisores estaban apagados, pero luego, al caminar por la sala sentí que el ambiente era perfecto para ver Los Precarios, sentía que sin el sonido de los vídeos me era posible escuchar a cada uno de ellos, formaban un coro sutil, casi imperceptible, me tenía que acercar suavemente ante cada uno, y eso que eran aproximadamente setenta de ellos, allí pude imaginar de dónde sacó cada una de estas 'basuritas', como usted las llama, y escudriñar en porqué decidió juntarlas y volverlas composiciones.

Permítame decirle que me recordó al proyecto de grado con el que me gradué de Artes en la Universidad Nacional en Bogotá, también hice pequeños ensamblajes con “basuritas”, como ustes las llama, yo no hice tantas, pues mi interés era otro, los objetitos los presenté con un librito donde escribí lo que aprendí al hacer cada uno de los ensamblajes, me interesaba lo que aprendemos cuando creamos y cómo el mismo proceso de creación es un proceso de aprendizaje, lo llame: Aprendizajes en medio de un vuelo.

Volviendo a sus Precarios, me fijé específicamente en una composición de cuatro objetitos de madera, tres estaban erguidos y uno estaba en el suelo, ví el rastro sobre la arena que denotaba que antes estaba de pie, percibí que se había caído y pensé en ¿Qué más precario que rechazar el permanecer erguido, la verticalidad, rechazar el ímpetu a la elevación? Aquí, para mí volvió a cobrar sentido el título de la exposición ¡Un fracaso iluminado! Me gustó verlo reposar sobre la superficie de arena, creo que quería y necesitaba un merecido descanso. Verlo reposando sobre la arena me acordó de la obra de una tutora de la maestría, Lina Lapelyte, quien junto a otras dos artistas crearon Sun and Sea, un performance donde cuerpos humanos descansan sobre una playa de arena mientras entonan hermosos cantos que nos avisan de nuestro apocalipsis medioambiental, me pregunté ¿Serán los mismos cantos que entonan sus Precarios? ¿Acaso se imaginaba que hoy en día, unas décadas después, seguiríamos entonando los mismos cantos?

Me sorprendió mucho conocer las intervenciones que realizaba en la playa de Concón en Chile, le digo que me sorprendió pues yo hacía lo mismo jajaja, en otras circunstancias claro está, me escapaba de casa en medio de las cuarentenas para refugiarme en la parte más boscosa de los parques, allí recolectaba cositas y hacía mis propios rituales a la Tierra, recuerdo muy especialmente algunos que realicé el día de mi cumpleaños, con los que agradecía mi existencia en medio de la pandemia.

Déjeme decirle que venir hoy a su exposición fue un bálsamo para mí, estamos atravesando un álgido e intenso momento político en Colombia, usted se preguntará ¿Y acaso cuando no?, y estaría en lo cierto. Su exposición me generó tranquilidad en estos momentos.

Recordaré su hermosa canto -susurro a las niñas vietnamitas.


Gracias Cecilia.


Pd.1 Cecilia, se lo repito, su trabajo anuda el viento de los Andes. ¿Qué mejor manera de cerrar estas cartas que con una idea inicial?

Mañana espero ir nuevamente a Monserrate y estaré pendiente si la llego a ver entre Borracheros y Eucaliptos, estaré pendiente de minúsculas hebras rojas que vuelen con el viento.

 


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15 de junio 2022 

(A cuatro días de las elecciones presidenciales)


Estimada Cecilia,


Por allá, en 1973 usted pintaba un cuadro que se ha titulado Frente cultural, en éste, usted soñaba que todos los trabajadores y artistas estábamos unidos, conformábamos un sólo organismo vivo que trabajaba en favor del desarrollo del espíritu, éramos un huevo en eclosión, un huevo solar que habría de iluminar el mundo y dar a luz a una nueva humanidad.

Pareciera que a usted, en ésa época, le fuera permitido soñar; he de confesarle que dicho sentimiento se me hace un poco extraño, en el sentido de que lo siento distante, pues a veces siento como si hoy en día, a las personas de mi generación y a las de las próximas se nos hubiera privado de dicho privilegio. Hoy por hoy, más que soñar estamos en un constante resistir y presionar, resistimos que regímenes sanguinarios sigan haciendo política desde la muerte y evitamos que dichos proyectos tumben los derechos y garantías que aún quedan; aveces siento que la energía de nuestra generación se ha ido entre detener la guerra, salvaguardar la vida y encontrar sustento económico en medio de la incertidumbre y la creciente precarización laboral. Sé que es una visión parcializada e incompleta, pero es un sentir que de vez en cuando agita mis esperanzas, como un pequeño tornado que se diluye al poco tiempo, pero no por ello es menos destructor. 

Hoy en día, en mi país se piensa que cualquier reforma progresista es un acto "revolucionario", populista y por lo tanto, peligroso. Así de acostumbrados hemos estado a la escasez. Y en este contexto, me pregunto si aún así nos sería posible soñar. Sin embargo, creo que en el fondo nuestra resistencia lleva un sueño: el sueño de una sociedad en paz; verá usted que nuestro sueño no es utopista o extravagante, es apenas lo básico para el desarrollo de cualquier ser humano: la paz.

Al seguir recorriendo las salas de su exposición, encuentro nuevas perspectivas o medicinas para esta dolencia que llevo yo; y conmigo, la juventud de mi país; y con nosotros, el país entero. Sus Palabrarmas nos recuerdan que la existencia es un acto de resistencia (rexistir); que nuestras herramientas son la solidaridad (sol y dad y dar), la participación (parti sí pasión) y la emancipación (eman sí pasión); que nuestras armas son las palabras, y que las palabras se labran como la tierra y que la palabra en sí es una "pala con alas para abrir la realidad", como diría usted. Y que la revolución, no es un acto dañino como nos lo han hecho creer, es un retorno a la evolución (r-evolución). Y sobre todo me recuerda que no estamos solos, que este grito de justicia social, valores democráticos y libertades para el puelo se escucha por todo el continente, resuena en cada cueva, acantilado y cordillera, y es llevado por los ríos y susurrado por los arroyos.

Cecilia, usted nos recuerda la importancia de la pasión, la agremiación, el trabajo y la cultura. Y es aquí cuando de nuevo recuerdo el título de su exposición y cobra sentido, al iluminar las sombras y fracasos del discurso hegemónico de nuestra nación.

No creo que sea fortuito que sus obras se encuentren expuestas en pleno centro de Bogotá, a pocas cuadras de la representación del poder político y judicial, en medio de un periodo de elecciones cuya polarización ha resquebrajado los vínculos entre los habitantes. Creo que sus obras iluminan el sendero más loable que podríamos recorrer como país y como sociedad.

Confío en que el susurro que me han recordado sus obras se escuche en las urnas, y si no llega a ser así, tengo la certeza de que, junto con el viento y los arroyos seguiremos insistiendo en él.


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19 06 2022

(Día de las elecciones)


Estimada Cecilia,


Son alrededor de las diez de la noche y me encuentro al frente del Museo observando su Quipú menstrual, justo venía de la Plaza de Bolívar donde miles de personas nos habíamos congregado para celebrar la llegada a la presidencia de Gustavo Petro y Francia Márquez - y aún seguían llegando multitudes-; nadie nos dijo que fuéramos allí, pero esta Plaza tiene una suerte de poder magnético que atrae y congrega las manifestaciones sociales de este país. Sabrá usted que las personas de Bogotá no nos caracterizamos por la calidez o por las habilidades en el baile, pero allí todos estábamos reunidos con gran alegría, arengando y bailando al son de los tambores y las batucadas; en el trayecto de mi casa a la plaza, el ambiente era festivo, las personas habían sacado sus equipos de sonido a las calles, los carros pitaban y la gente se abrazaba y saltaba de felicidad, estas actitudes no son para nada características de la gente de Bogotá, creo que el frío que nos llega de las montañas tiende a enfriar nuestras costumbres y modos de ser, pero hoy era un día diferente, en medio de la lluvia y el frío viento nos convertíamos en un pueblo cálido.


Al ver sus objetos rojos colgando desde aquella fría y lluviosa calle, pero desde la que seguía escuchando la algarabía de la Plaza, pensaba en las miles de personas que han sido asesinadas, en toda la sangre que ha corrido durante décadas en este país, en los cuerpos que han sido arrojados a los ríos y cómo sus muertes fueron la semilla para que hoy un cambio político fuera posible. Al ver sus quipús, colgando y sutilmente tocando el suelo y formando ondas en el suelo, veía los ríos de sangre que han corrido por este país, y cómo éstos han abonado los campos para que hoy podamos avizorar una posible cosecha, campos que hemos de seguir (pa)labrando mancomunadamente. Hoy veo en sus quipús sangre de muerte, sangre de vida y sangre de regeneración.


Le confieso que al ver su obra pensaba en aquellas arengas que entonaba en mi época universitaria: “¡Van a volver, las balas que disparaste van a volver, la sangre que derramaste la pagarás, los hombres que asesinaste no morirían NO MORIRAN!” Quizás algunas personas del campo del arte no conozcan esta faceta mía, pero cuando estudiaba en la Universidad Nacional me involucré con el movimiento estudiantil. Era el año 2011 y el gobierno proponía una reforma educativa que pretendía privatizar y mercantilizar la educación pública, como se imaginará a las artes y a las humanidades no les hubiera ido nada bien en ese contexto; así nació en mí la voluntad de vincularme con la causa y de hacer lo que pudiera hacer, sentía una apremiante necesidad y responsabilidad por contribuir a las transformaciones de mi país, exacerbada por el hecho de estudiar en una universidad pública, situación que lamentablemente es un lujo para la mayoría de jóvenes en Colombia.

Yo ayudaba a organizar las discusiones en la Escuela de artes, aveces pidiendo en préstamo el equipo de sonido, moviendo las sillas para la asamblea, estableciendo el orden del día y/o moderando, también participaba tanto de las discusiones locales como de las distritales y algunas pocas veces de las nacionales. Si bien, me insistieron, nunca quise postularme como “representante estudiantil”, pues poco creo en la democracia representativa y creía que al liderar sin tener un título, podría demostrar que es posible transformar sin necesidad de la burocracia política. Toda esta experiencia me formó políticamente, pero también me hizo ver cosas desagradables, por ejemplo, como los partidos de izquierda habían cooptado el movimiento estudiantil, repitiendo prácticas deplorables contra las cuales luchábamos; también me dejó un recuerdo oscuro, fue cuando una profesora me llamo de “terrorista” en medio de una reunión entre estudiantes y profesores, se imaginará que no fue una experiencia agradable en medio de un gobierno que perseguía violentamente a cualquiera que se atreviera a disentir.


Ante el trauma y el dolor, hoy sus quipús me hablan de resurrección, del resurgir de aquellas memorias ancestrales que se creía silenciadas, pero que cautelosamente se conservaban y esperaban con prudencia el momento adecuado para que las recordáramos. En esta noche, sus quipús también me hablan del largo, intenso y doloroso parir que ha tenido Colombia en los últimos meses y años; pero también me hablan del festejo y de la celebración de la vida ante las más atroces ignominias y, sobre todo de conciencia e iluminación, de la decisión de un pueblo de rechazar la hegemonía, a sus gobernantes y el querer tomar un rumbo diferente.


Aún hoy, once años después de mis andanzas en el movimiento estudiantil, sigo siendo escéptico respecto a la real eficacia de la democracia representativa, creo que ninguna transformación será posible si los ciudadanos no ponemos de nuestra parte y realmente nos comprometemos con el cambio, el cual no es solamente desde lo electoral, sino desde lo más íntimo, desde nuestras fibras internas; creo que el cambio real es la sanación, y hacía allí me he encaminado en los últimos años. Pero ahora mismo no quiero pensar en ello; se impone en mí un sentimiento de celebración, porqué sé que generaciones de personas han trabajado para que el cambio de hoy fuera posible, usted misma habrá conocido personas que ya germinaban este cambio cuando hace algunas décadas vivía en Bogotá . He de confesarle que en estos meses mientras visitaba su exposición, me llenaba de inspiración al ver sus trabajos sobre Allende y la Unidad popular, y esto me motivó a poner mis herramientas a disposición de la coyuntura, puse mi escritura y mis dibujos al servicio de unas necesidades mayores y por ello, hoy me permito dejarme contagiar de la alegría y la festividad.


No puedo describirle mi felicidad, pues es un sentimiento nuevo, habíamos estado tan acostumbrados a las derrotas, que el sabor de la victoria se me hace difícil de describir, por el momento, puedo decir que ha generado una calidez que no había visto antes. Tantos fracasos han hecho de esta primera victoria un momento realmente iluminado.

Gracias por acompañarnos con su exposición en este momento,


Mis mejores deseos,

 

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13 07 2022


Estimada Cecilia,

Espero esté muy bien,


Me han comentado que ya partió de Bogotá, lamento que no nos hayamos podido conocer, pues realmente me hubiera gustado intercambiar palabras y que esta escritura hubiera podido encontrarla, en vez de ser un canto al vacío del cual solo escucho el eco.


Tuve la fortuna de presenciar la performance que realizó en la entrada del Museo del Banco de la República; me hubiera gustado agradecerle personalmente por darnos a cada uno de los asistentes un pedacito de la lana que usted llevaba puesta, me pareció una imagen fuerte y hermosa verla salir envuelta en este material y que luego lo compartiera con nosotros, lo sentí como un acto antropofágico por parte del público y de una entrega total, casi un acto de sacrificio por parte suya; fue un gesto de hermosa generosidad, que intuyo, tiene sus raíces décadas atrás cuando vivía en Bogotá.


Al finalizar la acción intenté aproximarme a usted, pero habían decenas de personas a su alrededor; no obstante, María, quien había leído mis textos, me la presentó justo antes de que usted dejara el Museo ¡Y la vi tan cansada! la vi tan exhausta que me hubiera gustada haber utilizado la lana que nos había dado para tejerle una manta que la acompañara en el trayecto hasta su hogar, pero no; en cambio, se me fueron las palabras y sólo pude permitir que siguiera su camino a su merecido encuentro con el sueño y el descanso.


Al día siguiente, salí temprano de mi casa rumbo a Monserrate, hacía mucho frío, entonces metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y sentí el montoncito de lana que nos había regalado, calentó mis manos en medio de la helada mañana bogotana, me acompañó durante el ascenso a la montaña y tuve la sensación como si este suave toque fuera el encuentro con usted.


Los días siguientes, mientras caminaba por La Candelaria, estuve muy atento por si la veía entre las calles estrechas de casas pequeñas y de colores fuertes, pero mis ojos no lograron verla. Me enteré de que haría una serie de acciones en Colombia, pensé que correría con al suerte de ser invitado a alguna de ellas, pero me fueron esquivas.


Supe que realizaría una última acción pública en el Teatro Colón, llegué 10 minutos antes de la hora de la invitación, había una fila a la entrada, los organizadores se comunicaban con las personas al interior del teatro por medio de radios y decían nombres, dichas personas salían de la fila y entraban al teatro, pero mi nombre no fue llamado, minutos después nos dijeron que se había completado el aforo y tuve que devolverme a casa. Caminaba triste y decepcionado por las calles de la Candelaria y me sentí excluido, pensaba que pude haber salido algunos minutos antes de mi casa, pero no me imaginé que el teatro iba a llenarse tan rápido; de repente recordé a aquella Cecilia de los setentas en Bogotá, quien no fue ampliamente acogida por el campo artístico bogotano, y aún así, siguió creando con amor y determinación, en cambio, fue abrazada por teatreros y poetas, la comprendí y me acompañó en mi trayecto, recordamos los movimientos cíclicos de la naturaleza y de la existencia, y seguí mi rumbo a casa.


Le agradezco por su viaje y lamento no haber podido conversar personalmente con usted, pero queda en mí la alegría de haberla podido encontrar por medio de las palabras, pues fueron ellas quienes me permitieron conocerla un poco más y adentrarme cariñosamente en su obra.


Mis mejores deseos,



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