Saturday 25 August 2018

La carga y la marcha

Beatriz González y William Kentridge o Del fin del Apartheid al Proceso de paz.  

 -Snyder Moreno Martín

El recorrer las calles de Johannesburgo en Sudáfrica me produjo la sensación de sentirme como en casa ¿Qué pueden tener en común dos países separados por más de 12000 km, con idiomas y culturas tan diferentes?

Sentí un extraño clima que constantemente me recordaba a Colombia, y no me refiero a la temperatura –pues allí hay estaciones-. Me refiero a una tensión social que solo es experimentada a través del cuerpo y se siente de manera particular al caminar por ciertas ciudades.

Con la presidencia de Mandela en 1994, se inició oficialmente la era post-apartheid en Sudáfrica, proceso que aún se encuentra vigente debido a las profundas heridas que dejó en su población. Paralelamente, al otro lado del océano atlántico, Colombia inicia el proceso de implementación de los acuerdos de paz, el cual, pareciera ir en contravía de una sociedad que se resiste a abandonar el conflicto armado. En resumen, ambas sociedades están marcadas por escabrosos regímenes de aniquilación del otro que duraron aproximadamente medio siglo.

La sofisticación con la que se estableció la segregación de la población negra en Sudáfrica, aislándola en la periferia de las ciudades e impidiendo su acceso a lugares públicos; recuerdan a los mecanismos con los que se desplazaban pueblos enteros en Colombia, y la subsecuente pobreza generada en los perímetros urbanos.

La minuciosidad con la que se redactaron leyes para excluir y criminalizar a parte de la población, hasta tal punto, que se penalizaron asuntos de la vida privada, como el matrimonio entre personas de diferentes razas; resuena en la manera en que el aparato judicial se utilizó en Colombia como mecanismo para perseguir, la manera en que el Estado se inmiscuyó en los asuntos privados de los dirigentes de oposición para oprimir y hostigar.

El fin del apartheid que se vive hoy en día, convive con un sistema de exclusión que subrepticiamente aún persiste, quizás no en las leyes, pero en el estamento social, expresado en sutiles formas de privilegio que generan situaciones de desigualdad. Incluso hay ciudadanos que, en el seno de su hogar, anhelan un pasado de lujos detrás de la segregación. Asimismo, la discriminación se siente actualmente, de manera simultánea entre blancos y negros.

En Colombia no es muy diferente, hay ciudadanos que hablan en contra del gobierno que firmó los acuerdos, enmascarando su claro disenso con el proceso de paz, anhelando épocas donde la aniquilación por la vía militar era la solución que pedían las multitudes. 

El fin de estas épocas de violencia y los nuevos acuerdos sociales, han estado marcados en ambos países con una idealización de las expectativas, lo cual ha generado desazón, frustración y falta de credibilidad en las grandes rupturas y cambios que han dado para superar sus pasados. De manera paralela, en ambos escenarios se han generado tanto movimientos retardatarios y escepticismo social, como escenarios de colectivización con comunidades decididas a continuar las transformaciones progresistas que iniciaron generaciones pasadas.

En este marco aparecen los trabajos de dos artistas con un amplio reconocimiento internacional, que a comienzo de este año estuvieron exponiendo individualmente en las salas del Museo Reina Sofía en Madrid (España): el sudafricano William Kentridge, y la colombiana Beatriz González.

En la pieza More Sweetly Play the Dance, una monumental instalación multicanal de Kentridge, expuesta en el Zeitz Museum en Ciudad del Cabo, se presenta ante los ojos del público una gran marcha de personas, dibujos y objetos, que entre danzas africanas tradicionales y con una música de celebración, apunta a los poderes políticos, el sometimiento social y los desplazamientos forzados, dejando entrever la muerte, epidemias y hambrunas; formando una danza de muerte de imágenes genéricas, que perfectamente podrían representar la situación de las últimas décadas de varios países del continente africano.

More Sweetly Play the DanceWilliam Kentridge. Zeitz MOCAA- Museum of Contemporary Art Africa. Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Fotografía: Wianelle BriersCortesía: Zeitz MOCAA.

Una danza parecida muestra González en Auras Anónimas, intervención en espacio público en Bogotá, realizada en el año 2009, aquí el carácter monumental lo da el espacio mismo. En cuatro columbarios del antiguo Cementerio Central de Bogotá, yacen imágenes de personas cargando sacos de plástico, nos recuerdan a las imágenes que, en repetidas ocasiones y de manera cotidiana, se observaban en periódicos y noticiarios en Colombia. Este lugar parece contener la memoria reciente del país, está cargado con el aura de la Violencia y la erradicación del otro, los estragos del narcotráfico y la desaparición de la vía armada, está fuertemente cargado, incluso energéticamente, pues en los años cuarenta sirvió de fosa común para los muertos del 9 de abril de 1948.

Auras Anónimas. Beatriz González. Bogotá, Colombia. Fotógrafía: Laura Jiménez. 
Cortesía: Archivo Beatriz González.

Las sombras de los cuerpos sin rostro de Beatriz González, se relacionan con las siluetas de William Kentridge, ambos muestran cuerpos anónimos, solo queda el horror del gesto de cargar y del gesto de marchar.

Recientemente William Kentridge estuvo exponiendo una monumental obra de teatro en la Turbine Hall de la Tate Modern en Londres llamada The head and the load, donde en el marco del centenario de la Primera Guerra Mundial, recuerda a los miles de soldados africanos muertos en ejércitos europeos.

Beatriz González, al otro lado del atlántico, lida una batalla por no dejar destruir su obra. Si bien, Auras Anónimas ha sido reconocida por respetados curadores y críticos de arte alrededor del mundo, nada de ello parece importarle a la actual administración de Bogotá, quien pretende destruir la obra para realizar un parque recreativo. Tan limitada es la comprensión de la historia, de la latencia de la muerte y de la fragilidad de la memoria que, ante la primera oportunidad, se derrumban las imágenes, se borran los monumentos y la urgencia del corto plazo y la ansiedad por mostrar resultados hacen olvidar procesos mucho más complejos y lentos que se han dado desde hace décadas.

Beatriz González, puso de manera simbólica la lápida a la guerra, no nos habla desde la melancolía, sino nos trae al presente y nos hace sobrevivientes de una cruel y orquestada época de tortura y desaparición, en otras palabras, celebra nuestras vidas. Ojalá, también podamos celebrar la permanencia de Auras Anónimas como testimonio vivo, como lugar para el duelo y el proceso de sanación social que Colombia necesita.