Este
texto surge de una serie de conversaciones sobre el
abuso sexual, las cuales me hicieron reflexionar sobre cómo desde el
sistema educativo se han instaurado comportamientos que propician una cultura del abuso en el sistema laboral, específicamente
en el campo del arte. Lo cual me ha hecho repensar las
dinámicas de poder presentes en la academia y proponer el
aula de clases como un lugar propicio para generar cambios.
Al
final del año pasado, durante una serie de conversaciones
coloquiales de cierre de año, hablamos entre otros temas sobre
el abuso sexual en el campo del arte; inicialmente me sorprendió
porque no es un tema que suela aparecer muy a menudo en las
conversaciones decembrinas, sin embargo, mi mayor sorpresa fue el no haber
escuchado uno, sino varios relatos de esta índole en varios
escenarios; esto me ha hecho pensar en aquellos elementos que
han permitido que esto se instaure como una práctica repetitiva y
silenciosa en el campo.
No
sólo me ha sorprendido escuchar más de un suceso en diversos
momentos, sino encontrar puntos comunes entre ellos: personas que
ostentan posiciones de jerarquía en el campo del arte queriendo
intercambios sexuales desde contextos profesionales, suponiendo que
ello podría generar algún tipo de crecimiento profesional en la
persona afectada, ya sea al ser incluida en alguna exposición,
publicación, proyecto, generando ventas de sus trabajos, entre
otros.
Lo
primero que me surgieron fueron preguntas: ¿Por qué? ¿por qué he
escuchado más de una historia? ¿por qué existen elementos comunes
en ellas? ¿de dónde vienen este tipo de comportamientos? ¿qué es
lo que sostiene este tipo de abusos? Y esta pregunta se ramifica en
muchas otras: ¿Somos conscientes de lo que está sucediendo o
intentamos evadir el tema? ¿se ha vuelto un secreto a
voces? ¿qué hemos hecho colectivamente para permitir todo
esto? ¿qué estamos haciendo para cambiar esto?
Sin
duda, varias de las respuestas a mis preguntas se encuentran en el
contexto social, en nuestra historia nacional, en el patriarcado e
incluso en las maneras en que se ha constituido la institución
familia; sin embargo, intuyo que hay actitudes del sistema del arte y
del campo educativo que las promueven y mantienen, por ello quisiera
darle una vuelta a estas preguntas y plantearlas desde otra
perspectiva ¿De qué manera el sistema del arte y, en particular la
academia, han contribuido a sostener una conducta de abuso de
carácter sexual?
Sin
el ánimo de responder exhaustivamente estas preguntas, quisiera
aproximarme a ellas desde un lugar muy específico que es la
academia, pues considero que allí hay elementos básicos que
sostienen el sistema; por lo tanto, quiero aclarar que no me enfocaré
en el abuso sexual dentro de la universidad, sino en ciertas
prácticas que se instauran en este contexto y propician conductas de
abuso en ambientes profesionales.
Las
preguntas que planteé me hicieron traer a la mente una serie de
recuerdos de mis días de estudiante de pregrado en artes plásticas,
me remito a hace más de una década atrás; si bien, tengo hermosas
memorias de esta época, quisiera resaltar algunas que en su momento
parecían cotidianas e “inocentes”, pero que ahora las encuentro
pertinentes para desarrollar estas cuestiones.
Recuerdo
una clase donde los estudiantes solíamos guardar silencio ante la
presencia del (a) docente, sabíamos que no había un ambiente para
ser escuchados, que no había receptividad para el disenso o el
debate, era un ambiente totalmente vertical y jerárquico. También
se me vienen a la mente varias clases donde las y los estudiantes
sentíamos que la/el profesor tenía un gusto estético muy marcado,
y algunos estudiantes procuraban integrar este gusto en sus trabajos,
así no fueran conscientes de ello, como una manera de complacer y
obtener una buena nota. De hecho, varias de las imágenes que me
surgen son de gestos donde la o el estudiante dejaba de lado sus
ideas, sus opiniones, su perspectiva de las cosas con tal de no
molestar al docente, con tal de no generar una confrontación, con
tal de que éste no le pusiera una mala nota y evitar así una
afectación negativa en el promedio; el cual era importante no sólo
para el estudiante, sino también para la familia, y podría tener
repercusiones en el campo laboral, en la posibilidad de acceder a una
beca o a un estudio de posgrado. Esto, sin mencionar situaciones
donde los y las estudiantes sentían incomodidad ante las miradas o
el contacto físico con ciertos(as) docentes, sin embargo, nadie
decía nada con tal de evitar represalias.
Estas
imágenes quizás nos parezcan comunes y hasta las habremos
experimentado en primera persona, pero lo que más me llama la
atención es cómo estos gestos “comunes” configuran un sistema
marcado por el miedo y la coerción, donde el estudiante deja de lado
aspectos de su ser y de su manera de ver el mundo -se deja de lado a
sí mismo-, con tal de no ver perjudicado su promedio académico y
desarrollo profesional, incluso yendo en contra de su voluntad al
complacer a la autoridad.
Sabemos
que el sistema educativo nos enseña mucho más que contenidos
académicos, nos enseña maneras de comportamos. Lamentablemente, en
muchas ocasiones se enseña que hay que hacer cualquier cosa con tal
de “pasar la materia”, con tal de tener una “buena nota”,
incluso dejando de lado la salud propia, al tener que pasar extensas
jornadas de estudio, o dejando de lado el criterio propio, teniendo
que complacer al docente.
Quisiera
detenerme en una palabra que ha aparecido varias veces: “complacer”,
según el diccionario de la RAE ésta se refiere a “causar completa
satisfacción en el otro”, lo interesante de esta definición es
que no menciona qué está sucediendo en la persona que proporciona
placer, de hecho se puede complacer a alguien a consta del total
malestar, desagrado y contra la voluntad propia. Justo aquí, al
hacer que alguien haga algo en contra de su voluntad, se abre el
espacio para todo tipo de abusos y coacciones.
¿Y
usted se preguntara, qué tiene todo esto que ver con el tema inicial de
este texto? En estos patrones de comportamiento reside el germen del
abuso que se expande a otras esferas de la sociedad. Las
actitudes que he recordado de mi época de pregrado como: Dejarse de
lado, no molestar generando una discusión, mantener el silencio,
complacer al otro y evitar generar un malestar en los demás, no son
elementos tan inocentes si los encontramos también presentes en distintos tipos de violencias en diversos contextos, desde lo laboral, hasta lo personal. Veo que la sociedad, y la academia en
particular, proponen una matriz de comportamiento que se alinea con
situaciones de acoso y abuso, donde al parecer no se podría ir en
contra de la jerarquía, pues es quien “pone la nota”, o te “abre
y cierra puertas” laborales, donde no se podría denunciar, pues
pareciera que la autoridad es quien "pone las leyes".
Considero
que uno de los principales lugares desde donde se pueden prevenir los
casos de acoso y abuso sexual en el campo del arte, y en la sociedad
en general, es desde la academia, al modificar la matriz de
comportamiento que se está reproduciendo y convertirse en un espacio
de confianza donde se pueda hablar sobre lo que nos hace sentir
incómodas e incómodos sin miedo a ningún tipo de represalias.
Reconozco los enormes retos que esto acarrea en el terreno práctico,
específicamente en nuestro actual sistema educativo, siendo éste un
sistema que suele deshumanizar tanto al estudiante como al profesor
al ponerlos como cifras, y las cifras no abusan ni son abusadas, son
tan sólo cifras que sirven al sistema.
No
obstante, como estudiante y docente universitario que he sido, creo
en el potencial transformador del aula de clases. Me parece
fundamental que los y las docentes conviertan sus aulas en escenarios
de respeto para aceptar y propiciar el disenso, donde las y los
estudiantes aprendan a valorar su propia perspectiva, especialmente
si va en contra de la figura de autoridad; aprendan a reconocer sus
potencialidades más allá de los contenidos académicos o gustos
estéticos. Ésta es también una invitación para que la nota no sea
tan relevante, para que como docentes percibamos cuando consciente o
inconscientemente generamos coerción en las y los estudiantes. En
resumen, propiciar que el aula sea una espacio de empoderamiento y
cambio real, mas no de reproducción de patrones desde el miedo, el
silencio y la sumisión.
Veo
esencial que las y los estudiantes reconozcan la importancia de decir
NO. Que puedan ponerse en primer lugar y reconocer aquellas
situaciones donde se ejerce la autocensura o la coerción en pro de
obtener buenos resultados académicos, percibiendo lo ilusorio y
pasajero que puede llegar a ser una nota, o incluso una oportunidad
laboral (llámese contrato, exposición, publicación, proyecto, etc).
Es importante aprender a estar en mayor contacto y sintonía con el
cuerpo y las emociones, de tal manera que se pueda reconocer cuándo
nos sentimos incómodos o incomodas, y escuchar y honrar esta
incomodidad desde el cuidado propio y la compasión; marcando límites
ante las demás personas, valorando la propia integridad y
autenticidad.
Lamento
inmensamente que el chantaje y la manipulación que conducen al abuso
sexual sean prácticas tan instauradas en nuestra sociedad, y en
particular, en el campo del arte, hasta el punto de que las hayamos
normalizado y en ocasiones no podamos reconocer su gravedad. Deseo
que todas las personas, hombres y mujeres, que han pasado por este
tipo de situaciones encuentren la paz en su espíritu y la sanación
en su ser que merecen, que encuentren la fortaleza, la luz y
transformación que traen las noches más oscuras. También deseo que
las personas que perpetraron los actos realicen los procesos de
autoconciencia, sanación y transformación que necesitan, así como
de responsabilidad civil, reparación y perdón que son tan
necesarios, y que desde el arrepentimiento y la sanación se vuelvan
trabajadoras y trabajadores por una nueva manera de entender la
integridad humana.
Como
artista, educador y sanador, confío en que los cambios sociales que
estamos viviendo son tan profundos que en un futuro no muy lejano, se
genere la suficiente conciencia para que esto no vuelva a suceder,
para que no lo sigamos permitiendo, para que no sigamos repitiendo
los patrones y estructuras que hacen que esto sea posible.
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