El arte seguirá siendo una necesidad humana que exista hasta el último de los días, pero su actual sistema social, reproduce y representa estándares que van en contravía de las posibilidades de un desarrollo sostenible a escala global, y por ello está condenado a desaparecer.
El arte como espacio de resistencia, de
expresión, de sublimación, de reflexión y crítica, de resignificación, de
imaginación y de pausa, el arte como creación existe y seguirá existiendo. Sin
embargo, el sistema que hemos construido para darle cabida en la sociedad, el
sistema del arte, ha llegado a tal punto de sofisticación y c-rudeza, en el que
pareciera que poco o nada importa la creación artística.
El sistema no se genera espontáneamente, se
(re)produce en las actuaciones de las personas que lo conforman. De hecho, demanda
grandes esfuerzos de sus integrantes, tantos que, ni ellos mismo pueden
soportar el agobiante y poco saludable ritmo que se les demanda.
Este es un sistema que estimula y celebra la
ambición y el pasar por encima de los demás. A todxs se les pide escalar en
medio de un ritmo frenético. Se les pide construir una carrera, a las carreras,
sin importar el escenario de precarización y los tratos injustos.
Un sistema donde hay una distancia abismal
entre teoría y práctica, donde el feminismo, la pedagogía y la comunidad, la
ecología y la alteridad (entre otros) son temas de discusión, pero no prácticas
realmente integradas en el accionar de las personas. No, no es suficiente con
hablar de las desigualdades, hay que pasar el discurso por el cuerpo y hacerlo
constitutivo de nuestra experiencia vital.
Se habla de colectividades y resiliencia en la
sala de exposición, pero hay recelo y desigualdad en la sala de juntas. Se produce
una estructura jerárquica de ansiedades compartidas.
Es un campo lleno de contradicciones. El
problema no es tener contradicciones, sino ser conscientes de ellas, aparentar
que no las hay y no hacer nada para modificarlas.
Un sistema de estas características está
condenado a desaparecer. Porque ya no es factible ante la situación que el
mundo atraviesa, donde los problemas ambientales, los conflictos bélicos
y la ausencia de raíces y valores le han puesto una fecha límite a la
sobrevivencia humana en el planeta.
El sistema desaparecerá porque es
inviable a largo plazo. El sistema del arte está basado en un modelo de
acumulación de capital (económico/simbólico), donde hay una gran mayoría de
oprimidos que trabajan para unos pocos, donde se genera infelicidad e inestabilidad
para unos, e infelicidad e inestabilidad para otros, aunque se aparente lo
contrario.
Necesitamos más arte -como
espacio de creación y ruptura- en este mundo, pero estas condiciones realmente
no lo posibilitan. No obstante, este sistema está formado por personas, y
muchas de ellas llegaron allí por intereses genuinos, por una pasión y por una
intención de querer construir algo.
Es necesario despertar. Mirar más
allá de las necesidades y del camino que nos han trazado y preguntarnos
¿Realmente quiero esto? ¿Realmente lo quiero de esta manera? ¿En serio me
genera felicidad?
Debemos ser conscientes de qué
tipo de relaciones estamos reproduciendo con nuestra actuación y no gastar
tiempo de nuestra vida reforzando aquello que nos ata y enferma.
Parafraseando a Freire: Ser
artista y no ser reflexivo con el sistema que se reproduce, más que una
ausencia de valor, es un acto de complicidad.
Necesitamos más espacios de
sanación, más cuidado en las prácticas. Es necesario asumir nuevas maneras de
actuar/trabajar, maneras que estén en sintonía con las demás esferas de la
realidad, donde se articule una dimensión ecológica, una adecuada calidad de
vida, donde podamos cuidar de nuestras enfermedades, donde tengamos tiempo para nuestra familia y amigxs, etc. Espacios de empatía y solidaridad que permitan un bienestar
real y que estén abiertos a otras maneras de conocer, a ritmos
más lentos y distancias menos desgastantes.
Hemos de crear las relaciones que
nos hagan avanzar vitalmente, las que incluyan nuestras
singularidades/diversidades/sensibilidades. Hay personas que ya lo están
haciendo, que ya han tumbado la torre y están sembrando otros espacios de
supervivencia a sus alrededores.
Si realmente no te sientes bien
haciéndolo, no lo hagas. No tienes ninguna obligación de seguir los caminos que
otros han recorrido. Toda experiencia vital es única y cada camino es diferente.