Me desperté el domingo en la mañana, aún medio dormido me dirigí al baño a lavarme los dientes, me gusta escuchar música mientras lo hago, pero esta vez decidí poner un noticiero colombiano, me gusta oírlo por ser independiente y mostrar informaciones que no suelen aparecer en los medios convencionales, mientras miraba mi rostro dormido y ojeroso en el espejo del baño, boca llena de espuma, mano haciendo movimientos circulares mientras sujetaba el cepillo de dientes; sentí el horror, el vómito y la repulsión.
Tuve que parar el video. Presencié algo que me impidió
seguir mi rutina, la impotencia se había mezclado con el terror de lo macabro y, me había paralizado; en un instante volví a sentir la ausencia de esperanza
en la especie humana, al reconocer cuan vil y malvados podemos llegar a ser.
Había quedado en shock y pasmado, pero sentía
que tenía que confrontarlo de nuevo, intenté buscar consuelo en el final de la
noticia, pues asumí que toda tragedia ha de tener su adecuada resolución, así, terminé
mis asuntos matutinos y reproduje el video donde había quedado.
En éste, un joven entre lágrimas cuenta como
fue detenido por la policía luego de participar en una marcha, él y dos amigos se
refugiaban en una vivienda -en el municipio de Soledad en el departamento del
Atlántico- a donde llegaron seis uniformados; fueron golpeados y amenazados
mientras eran trasladados a un centro de detención; allí la policía los entrega
a un grupo de reclusos diciendo “ha llegado carne fresca”, los reclusos los golpean nuevamente, los amenazan, extorsionan y, los hacen desnudarse para violarlos
sexualmente. En la siguiente escena, un miembro de la policía dice que los
jóvenes no mencionaron dichos hechos en la audiencia.
La escena me sigue pareciendo irreal y macabra,
y la única pregunta que surge en mi cabeza es ¿Por qué? ¿Por qué pasó todo esto? ¿Por
qué estos jóvenes vivieron una de las pesadillas más horrendas que cualquier
ser humano pueda vivir?
Los policías que detuvieron a los jóvenes, como
parte de su servicio pudieron haberlos llevado a la instancia correspondiente para
que fueran juzgados, ¿No era esto lo debido? ¿Acaso, no era esto suficiente? No,
no les fue suficiente.
Como acto de presión psicológica, los amenazaron
y luego los sometieron físicamente por medio de golpes; si ya se encontraban
bajo el poder de la autoridad institucional ¿Qué motivó a los agentes a las
amenazas, las patadas y los puños? Actos innecesarios y que demuestran un
accionar desmedido. ¿Acaso los agentes no llegaron a percibir el temor de estos
jóvenes? ¿No vieron el miedo en sus ojos, las lágrimas bajando a chorros por
sus rostros, ni los moretones ocasionados por sus golpes? ¿No escucharon sus
plegarias para que todo esto parara? No, no quisieron escucharlas.
La siguiente escena hace parte de lo indecible
y me provoca horror, tengo que respirar hondo e incorporarme para seguir
escribiendo, ¿Qué los motivó a tener la intención de someterlos a vejámenes sexuales?
¿Por qué los hicieron repetir de nuevo el castigo? El objetivo ya no era
judicializarlos, ni siquiera castigarlos, se trataba de algo más primario e
instintivo, se trataba de sentir placer con el tormento del otro.
Ya no era un acto para reducir a alguien
potencialmente peligroso, se trataba de disfrutar del llanto, el temor y la
miseria del otro. Tortura viene del verbo en latín torquere que quiere
decir retorcer, curvar. De ahí también viene la palabra tormento, compuesta
por torquere y el sufijo -mentum, que significa dispositivo, es
decir el instrumento para torcer.
Para que haya tortura no puede haber dos personas, tiene que haber un sujeto y un objeto; alguien que la ejerce y algo que la recibe; el otro ser, pierde su calidad de persona y se convierte en un instrumento; los tres jóvenes ya no eran personas, eran objetos, meros juguetes para satisfacer el deseo de aniquilación de los uniformados. Se habían convertido en trapos para torcer, en objetos para retorcer y los uniformados en sujetos poseídos por un deseo desmedido de placer y destrucción.
Quizás los policías consideraban que ello hacía
parte de su trabajo, quizás ello haga parte de su entrenamiento, quizás ellos
son los primeros objetualizados, a quienes se les ha convertido en máquinas
para seguir órdenes, previamente se les ha desprovisto de su empatía y de su
capacidad de sentir y, al no permitírseles sentir, al serles reprimidas sus
emociones, se construye una olla a presión que por algún orificio ha de
explotar y liberarse, así surge el placer por el sufrimiento del otro.
Y es que la represión no es asunto nuevo para
Colombia, reprimiendo a los pueblos nativos fue instituido nuestro país, reprimiendo
a minorías étnicas y sexuales se fue construyendo nuestra nación y, reprimiendo
minorías políticas surgieron las guerrillas y así llegamos al siglo XXI. Nuestra
historia es el trasegar de una cadena de represiones, y ha llegado el momento
de la expresión y liberación de cada una de ellas.
¿Qué hemos hecho como sociedad para permitir
que un grupo de militares lleguen a realizar estos hechos? Siempre hemos tenido
un gobierno al cual culpar, un sistema electoral al cual responsabilizar. ¿Pero
qué hemos hecho cada uno de nosotros y nosotras para permitir que estos
crímenes se junten a la pila de crímenes que en los últimos días, años y décadas
se han venido amontonando? La incineración de policías en un CAI, el asesinato
y mutilación de manifestantes por parte de la policía, la violación como arma
sexual, los secuestros, desapariciones y masacres, las extorsiones y los robos,
“las vacunas” y las intimidaciones, el asesinato de cada uno y cada una de las
líderes sociales, en fin, un largo etcétera que transforman esta pila en una
montaña más grande que nuestras cordilleras, y que, al igual que éstas, se
encuentran en el corazón de nuestro país.
Cada una de las formas de violencia han de
causarnos perplejidad, pero más aún el inerte estupor ante la violencia, más
aún el regocijo macabro ante la violencia y, sobre todo, cada instante de
normalización de esta. Es cierto que ahora la sangre corre por nuestras ciudades, pero no olvidemos que esta ha sido la ley durante décadas en
nuestra Colombia rural.
Y en medio de todo esto ¿Dónde queda el arte?
Parecería ser un asunto innecesario, totalmente elitista, y sobre todo alejado
de esta realidad. Pero no lo es, y las múltiples manifestaciones artísticas en
medio de las protestas son prueba de ello.
¿En qué momento los artistas nos convertimos en
corresponsales de guerra? Siempre lo hemos sido, hoy en día la guerra se siente
en las ciudades de Colombia, pero siempre ha estado en el campo, y quizás,
nunca ha salido de nuestras casas. Pero más allá de ello, los artistas siempre
hemos estado en guerra.
Nuestra guerra no es sólo contra lo indecible. Hemos
de apuntar nuestras herramientas, sean estas cámaras de video, pinceles,
partituras, nuestro cuerpo y nuestra voz, no sólo contra lo ignominioso e inhumano,
sino sobre todo, contra “lo humano”, contra las maneras en que hemos asumido,
construido e instituido “lo humano”, contra aquel estatus quo y normalizador
que nos hace excusarnos detrás de nuestra propia “humanidad” para someter al otro
a los más infames vejámenes.
Y es que a pesar de que nuestra especie ha
tenido milenios de evolución, aún no hemos sabido utilizar nuestras grandiosas
capacidades y fuerzas para vivir con la diferencia, y ello nos lleva a atentar
los unos contra los otros. La ausencia de empatía nos hace asumir que estamos
separados, que lo que le sucede a los demás no nos afecta, olvidamos que los
otros también tienen conciencia, y con ella, una existencia tan compleja y
valiosa como la nuestra.
Un cliché en las academias de arte es decir que
“los artistas hacemos visible lo invisible”, lo interesante de los clichés es la
manera en que permiten identificarnos con algo. Creería que los artistas
mostramos el doblez, hacemos visible el otro lado de las cosas, donde hay un
falso consenso mostramos el disenso, y donde hay diferencia generamos puentes
de encuentro. De alguna manera, los artistas mostramos lo oculto, lo que las
fuerzas no permiten que salga a la luz, mantenemos el equilibrio, inherente a
nuestra existencia, ahora sí utilizaré sin zozobra la palabra, humana,
existencia humana.
En momentos donde la noche es fría, oscura y lluviosa, donde hay baños de sangre y represión en las calles, los artistas
hemos de ser estandartes de la luz. Que el arte reavive el espíritu en la
horrible noche; no como narcótico que nos haga olvidarnos de aquello que
llamamos “la realidad”, sino como aliciente que nos recuerde que “la realidad”
es mucho más compleja, que aún es posible calentar nuestros corazones, que hay tejidos
de afecto y, que al igual que existe la violencia, también hay refugios de paz.
Que más allá de situarnos como víctimas o victimarios, hay un sinfín de
relaciones por crear. El arte nos recuerda que siempre hay algo por crear, que tenemos
la capacidad de crear al margen del poder vertical y ello es fundamental ante
un panorama represivo como el que afrontamos en Colombia.
Fuentes:
Video: https://www.youtube.com/watch?v=Yirfasy73us
Adicionalmente, quisiera compartir esta crónica de Clarice Lispector sobre la muerte de Mineirinho, quien fue asesinado con trece disparos; me parece iluminadora al reflexionar sobre nuestra responsabilidad como sociedad ante hechos atroces y sobre la idea del castigo ante los delitos. En este link encuentran el texto en portugués: https://www.geledes.org.br/mineirinho-por-clarice-lispector/