Monday 31 May 2021

Arte, represión y tortura. Sobre el acribillamiento de tres jóvenes en Soledad.


Me desperté el domingo en la mañana, aún medio dormido me dirigí al baño a lavarme los dientes, me gusta escuchar música mientras lo hago, pero esta vez decidí poner un noticiero colombiano, me gusta oírlo por ser independiente y mostrar informaciones que no suelen aparecer en los medios convencionales, mientras miraba mi rostro dormido y ojeroso en el espejo del baño, boca llena de espuma, mano haciendo movimientos circulares mientras sujetaba el cepillo de dientes; sentí el horror, el vómito y la repulsión.

Tuve que parar el video. Presencié algo que me impidió seguir mi rutina, la impotencia se había mezclado con el terror de lo macabro y, me había paralizado; en un instante volví a sentir la ausencia de esperanza en la especie humana, al reconocer cuan vil y malvados podemos llegar a ser.

Había quedado en shock y pasmado, pero sentía que tenía que confrontarlo de nuevo, intenté buscar consuelo en el final de la noticia, pues asumí que toda tragedia ha de tener su adecuada resolución, así, terminé mis asuntos matutinos y reproduje el video donde había quedado.

En éste, un joven entre lágrimas cuenta como fue detenido por la policía luego de participar en una marcha, él y dos amigos se refugiaban en una vivienda -en el municipio de Soledad en el departamento del Atlántico- a donde llegaron seis uniformados; fueron golpeados y amenazados mientras eran trasladados a un centro de detención; allí la policía los entrega a un grupo de reclusos diciendo “ha llegado carne fresca”, los reclusos los golpean nuevamente, los amenazan, extorsionan y, los hacen desnudarse para violarlos sexualmente. En la siguiente escena, un miembro de la policía dice que los jóvenes no mencionaron dichos hechos en la audiencia.

La escena me sigue pareciendo irreal y macabra, y la única pregunta que surge en mi cabeza es ¿Por qué? ¿Por qué pasó todo esto? ¿Por qué estos jóvenes vivieron una de las pesadillas más horrendas que cualquier ser humano pueda vivir?

Los policías que detuvieron a los jóvenes, como parte de su servicio pudieron haberlos llevado a la instancia correspondiente para que fueran juzgados, ¿No era esto lo debido? ¿Acaso, no era esto suficiente? No, no les fue suficiente.

Como acto de presión psicológica, los amenazaron y luego los sometieron físicamente por medio de golpes; si ya se encontraban bajo el poder de la autoridad institucional ¿Qué motivó a los agentes a las amenazas, las patadas y los puños? Actos innecesarios y que demuestran un accionar desmedido. ¿Acaso los agentes no llegaron a percibir el temor de estos jóvenes? ¿No vieron el miedo en sus ojos, las lágrimas bajando a chorros por sus rostros, ni los moretones ocasionados por sus golpes? ¿No escucharon sus plegarias para que todo esto parara? No, no quisieron escucharlas.

La siguiente escena hace parte de lo indecible y me provoca horror, tengo que respirar hondo e incorporarme para seguir escribiendo, ¿Qué los motivó a tener la intención de someterlos a vejámenes sexuales? ¿Por qué los hicieron repetir de nuevo el castigo? El objetivo ya no era judicializarlos, ni siquiera castigarlos, se trataba de algo más primario e instintivo, se trataba de sentir placer con el tormento del otro.

Ya no era un acto para reducir a alguien potencialmente peligroso, se trataba de disfrutar del llanto, el temor y la miseria del otro. Tortura viene del verbo en latín torquere que quiere decir retorcer, curvar. De ahí también viene la palabra tormento, compuesta por torquere y el sufijo -mentum, que significa dispositivo, es decir el instrumento para torcer.

Para que haya tortura no puede haber dos personas, tiene que haber un sujeto y un objeto; alguien que la ejerce y algo que la recibe; el otro ser, pierde su calidad de persona y se convierte en un instrumento; los tres jóvenes ya no eran personas, eran objetos, meros juguetes para satisfacer el deseo de aniquilación de los uniformados. Se habían convertido en trapos para torcer, en objetos para retorcer y los uniformados en sujetos poseídos por un deseo desmedido de placer y destrucción.

Quizás los policías consideraban que ello hacía parte de su trabajo, quizás ello haga parte de su entrenamiento, quizás ellos son los primeros objetualizados, a quienes se les ha convertido en máquinas para seguir órdenes, previamente se les ha desprovisto de su empatía y de su capacidad de sentir y, al no permitírseles sentir, al serles reprimidas sus emociones, se construye una olla a presión que por algún orificio ha de explotar y liberarse, así surge el placer por el sufrimiento del otro.

Y es que la represión no es asunto nuevo para Colombia, reprimiendo a los pueblos nativos fue instituido nuestro país, reprimiendo a minorías étnicas y sexuales se fue construyendo nuestra nación y, reprimiendo minorías políticas surgieron las guerrillas y así llegamos al siglo XXI. Nuestra historia es el trasegar de una cadena de represiones, y ha llegado el momento de la expresión y liberación de cada una de ellas.

¿Qué hemos hecho como sociedad para permitir que un grupo de militares lleguen a realizar estos hechos? Siempre hemos tenido un gobierno al cual culpar, un sistema electoral al cual responsabilizar. ¿Pero qué hemos hecho cada uno de nosotros y nosotras para permitir que estos crímenes se junten a la pila de crímenes que en los últimos días, años y décadas se han venido amontonando? La incineración de policías en un CAI, el asesinato y mutilación de manifestantes por parte de la policía, la violación como arma sexual, los secuestros, desapariciones y masacres, las extorsiones y los robos, “las vacunas” y las intimidaciones, el asesinato de cada uno y cada una de las líderes sociales, en fin, un largo etcétera que transforman esta pila en una montaña más grande que nuestras cordilleras, y que, al igual que éstas, se encuentran en el corazón de nuestro país.

Cada una de las formas de violencia han de causarnos perplejidad, pero más aún el inerte estupor ante la violencia, más aún el regocijo macabro ante la violencia y, sobre todo, cada instante de normalización de esta. Es cierto que ahora la sangre corre por nuestras ciudades, pero no olvidemos que esta ha sido la ley durante décadas en nuestra Colombia rural.

Y en medio de todo esto ¿Dónde queda el arte? Parecería ser un asunto innecesario, totalmente elitista, y sobre todo alejado de esta realidad. Pero no lo es, y las múltiples manifestaciones artísticas en medio de las protestas son prueba de ello.

¿En qué momento los artistas nos convertimos en corresponsales de guerra? Siempre lo hemos sido, hoy en día la guerra se siente en las ciudades de Colombia, pero siempre ha estado en el campo, y quizás, nunca ha salido de nuestras casas. Pero más allá de ello, los artistas siempre hemos estado en guerra.

Nuestra guerra no es sólo contra lo indecible. Hemos de apuntar nuestras herramientas, sean estas cámaras de video, pinceles, partituras, nuestro cuerpo y nuestra voz, no sólo contra lo ignominioso e inhumano, sino sobre todo, contra “lo humano”, contra las maneras en que hemos asumido, construido e instituido “lo humano”, contra aquel estatus quo y normalizador que nos hace excusarnos detrás de nuestra propia “humanidad” para someter al otro a los más infames vejámenes.

Y es que a pesar de que nuestra especie ha tenido milenios de evolución, aún no hemos sabido utilizar nuestras grandiosas capacidades y fuerzas para vivir con la diferencia, y ello nos lleva a atentar los unos contra los otros. La ausencia de empatía nos hace asumir que estamos separados, que lo que le sucede a los demás no nos afecta, olvidamos que los otros también tienen conciencia, y con ella, una existencia tan compleja y valiosa como la nuestra.

Un cliché en las academias de arte es decir que “los artistas hacemos visible lo invisible”, lo interesante de los clichés es la manera en que permiten identificarnos con algo. Creería que los artistas mostramos el doblez, hacemos visible el otro lado de las cosas, donde hay un falso consenso mostramos el disenso, y donde hay diferencia generamos puentes de encuentro. De alguna manera, los artistas mostramos lo oculto, lo que las fuerzas no permiten que salga a la luz, mantenemos el equilibrio, inherente a nuestra existencia, ahora sí utilizaré sin zozobra la palabra, humana, existencia humana.

En momentos donde la noche es fría, oscura y lluviosa, donde hay baños de sangre y represión en las calles, los artistas hemos de ser estandartes de la luz. Que el arte reavive el espíritu en la horrible noche; no como narcótico que nos haga olvidarnos de aquello que llamamos “la realidad”, sino como aliciente que nos recuerde que “la realidad” es mucho más compleja, que aún es posible calentar nuestros corazones, que hay tejidos de afecto y, que al igual que existe la violencia, también hay refugios de paz. Que más allá de situarnos como víctimas o victimarios, hay un sinfín de relaciones por crear. El arte nos recuerda que siempre hay algo por crear, que tenemos la capacidad de crear al margen del poder vertical y ello es fundamental ante un panorama represivo como el que afrontamos en Colombia.


Fuentes:

Video: https://www.youtube.com/watch?v=Yirfasy73us 

Periódico: https://www.elespectador.com/judicial/paro-nacional-tres-jovenes-detenidos-en-barranquilla-denuncian-violencia-sexual/

Adicionalmente, quisiera compartir esta crónica de Clarice Lispector sobre la muerte de Mineirinho, quien fue asesinado con trece disparos; me parece iluminadora al reflexionar sobre nuestra responsabilidad como sociedad ante hechos atroces y sobre la idea del castigo ante los delitos. En este link encuentran el texto en portugués: https://www.geledes.org.br/mineirinho-por-clarice-lispector/