Sunday 8 March 2020

Open letter to the RCA´s Vice-chancellor and RCA´s community

Kensington campus


During the last few weeks, we have experienced a national strike in the UK organised by the academic staff of the universities. Many students have shown their support because they sympathise with the cause and also because we are directly affected by the underlying issues, many of which are local to the RCA.

As an artist and student, I feel thankful that I am studying at the RCA. It is a big responsibility to belong to this institution with such an interesting and avant-garde history and which for decades has been a place for experimental processes and life-changing experiences.

However, I feel that in the last few years the institution has changed its course, now is focused on showing that it is ranked as the “#1 Art & Design School in the world”.  This branding strategy encourages people to enrol, and therefore allows the college to increase its budget, nevertheless, it has created huge pressure on the tutors and unrealistic expectation on the students. 

The increasing student numbers and increasing tuition fees without investing in the staff and the facilities is annihilating the sense of community, among other issues. Unfortunately, this model only thrives based on the exploitation of the tutors and staff and the economic indebtedness of the students.

These shifts are also happening at other institutions, which from my point of view, is creating a growing social, ethical and cultural crisis.  All this reminds us that the art world, and particularly the art schools, are not isolated islands, and are affected by the current political, economic and ecological crisis.

I believe that the academy is the place for reflection, developing critical thinking and creative approaches, and in some cases, it needs to be the place for resistance as well.  What is an art school? And what kind of art school we want?  These always should be open questions, that demands a wide-open discussion and shouldn’t be answered by external agendas.

This context makes me ask if the wellbeing of the community and the academic quality are still a priority of this school.  Unfortunately, I think that those concerns might not be compatible with the current model of education as service, school as business and students as customers.

The world is changing in multiple ways, and if the RCA doesn’t realize these changes, the institution will decay like many other institutions which are in this process.  I believe that it is still possible to change the path, that a more horizontal way of directing the school still could be implemented, one which the whole community (tutors, students and staff) could trace the way of the institution[i], one which the arts would be at the core.

I am sure that this current crisis is the best opportunity for rethinking in a structural way the model of education that the RCA is creating, and the possibility of imagining and building more desirable and healthy futures. 

Best regards,


Snyder Moreno Martín
MA Sculpture



[i] According to the Annual Report 2018-2019 of the RCA, “Income from tuition fees grew 18% to £41.3m (2017/18: £34.9m), representing 70% of the College’s core income compared to just over 50% in 2014/15”, which makes me think, why not to consider the needs of the students when investing the money that they are paying. 




White City campus


Battersea campus


Saturday 25 May 2019

El alumbramiento del fuego. La caída del sistema del arte



El arte seguirá siendo una necesidad humana que exista hasta el último de los días, pero su actual sistema social, reproduce y representa estándares que van en contravía de las posibilidades de un desarrollo sostenible a escala global, y por ello está condenado a desaparecer.




El arte como espacio de resistencia, de expresión, de sublimación, de reflexión y crítica, de resignificación, de imaginación y de pausa, el arte como creación existe y seguirá existiendo. Sin embargo, el sistema que hemos construido para darle cabida en la sociedad, el sistema del arte, ha llegado a tal punto de sofisticación y c-rudeza, en el que pareciera que poco o nada importa la creación artística.

El sistema no se genera espontáneamente, se (re)produce en las actuaciones de las personas que lo conforman. De hecho, demanda grandes esfuerzos de sus integrantes, tantos que, ni ellos mismo pueden soportar el agobiante y poco saludable ritmo que se les demanda.

Este es un sistema que estimula y celebra la ambición y el pasar por encima de los demás. A todxs se les pide escalar en medio de un ritmo frenético. Se les pide construir una carrera, a las carreras, sin importar el escenario de precarización y los tratos injustos.

Un sistema donde hay una distancia abismal entre teoría y práctica, donde el feminismo, la pedagogía y la comunidad, la ecología y la alteridad (entre otros) son temas de discusión, pero no prácticas realmente integradas en el accionar de las personas. No, no es suficiente con hablar de las desigualdades, hay que pasar el discurso por el cuerpo y hacerlo constitutivo de nuestra experiencia vital.

Se habla de colectividades y resiliencia en la sala de exposición, pero hay recelo y desigualdad en la sala de juntas. Se produce una estructura jerárquica de ansiedades compartidas.

Es un campo lleno de contradicciones. El problema no es tener contradicciones, sino ser conscientes de ellas, aparentar que no las hay y no hacer nada para modificarlas.

Un sistema de estas características está condenado a desaparecer. Porque ya no es factible ante la situación que el mundo atraviesa, donde los problemas ambientales, los conflictos bélicos y la ausencia de raíces y valores le han puesto una fecha límite a la sobrevivencia humana en el planeta.

El sistema desaparecerá porque es inviable a largo plazo. El sistema del arte está basado en un modelo de acumulación de capital (económico/simbólico), donde hay una gran mayoría de oprimidos que trabajan para unos pocos, donde se genera infelicidad e inestabilidad para unos, e infelicidad e inestabilidad para otros, aunque se aparente lo contrario.

Necesitamos más arte -como espacio de creación y ruptura- en este mundo, pero estas condiciones realmente no lo posibilitan. No obstante, este sistema está formado por personas, y muchas de ellas llegaron allí por intereses genuinos, por una pasión y por una intención de querer construir algo.

Es necesario despertar. Mirar más allá de las necesidades y del camino que nos han trazado y preguntarnos ¿Realmente quiero esto? ¿Realmente lo quiero de esta manera? ¿En serio me genera felicidad?

Debemos ser conscientes de qué tipo de relaciones estamos reproduciendo con nuestra actuación y no gastar tiempo de nuestra vida reforzando aquello que nos ata y enferma.

Parafraseando a Freire: Ser artista y no ser reflexivo con el sistema que se reproduce, más que una ausencia de valor, es un acto de complicidad.

Necesitamos más espacios de sanación, más cuidado en las prácticas. Es necesario asumir nuevas maneras de actuar/trabajar, maneras que estén en sintonía con las demás esferas de la realidad, donde se articule una dimensión ecológica, una adecuada calidad de vida, donde podamos cuidar de nuestras enfermedades, donde tengamos tiempo para nuestra familia y amigxs, etc. Espacios de empatía y solidaridad que permitan un bienestar real y que estén abiertos a otras maneras de conocer, a ritmos más lentos y distancias menos desgastantes.

Hemos de crear las relaciones que nos hagan avanzar vitalmente, las que incluyan nuestras singularidades/diversidades/sensibilidades. Hay personas que ya lo están haciendo, que ya han tumbado la torre y están sembrando otros espacios de supervivencia a sus alrededores.


Si realmente no te sientes bien haciéndolo, no lo hagas. No tienes ninguna obligación de seguir los caminos que otros han recorrido. Toda experiencia vital es única y cada camino es diferente.










Sunday 11 November 2018

El huevo, un laboratorio místico

Carrington, Lispector y Arjona­­



Las formas arquetípicas dejan entrever tensiones que aparecen continuamente en la historia, marcan puntos de atención que son constantes en el desarrollo espiritual de la humanidad.

Este texto explora el lugar de la figura del huevo en los trabajos específicos de tres artistas de distintas épocas radicadas en Latinoamérica: una inglesa acogida por la cultura mexicana, una ucraniana radicada en Brasil y una colombiana nacida en el Amazonas.

Recientemente se ha presentado una gran retrospectiva del trabajo de Leonora Carrington (1917-2011) en el Museo de Arte Moderno en Ciudad de México titulada Cuentos Mágicos, bajo la curaduría de Tere Arcq y Stefan van Raay. Además de su obra pictórica, expone su trabajo en teatro y en cine, así como su vínculo con una serie de artistas surrealistas, tales como: Max Ernst, André Breton, Luis Buñuel y Alejandro Jodorowsky. También se hacen guiños a su compromiso ecológico y feminista.

Leonora Carrington, La gigantesa, 1947. Imagen de archivo. 

La gigantesa es un cuadro en temple sobre madera que Leonora realizó en 1946, muestra a una mujer de tamaño descomunal atesorando entre sus pequeñas manos un huevo, viste una túnica blanca, que deja entrever un vestido rojo, su cuerpo de composición oval se asemeja a la forma que guarda en sus manos -como si ella misma fuera un huevo-, de su cuerpo salen volando un grupo de gansos.

Pareciera ser que el huevo es la misma representación de la gigantesa, mostrando el potencial de la mujer de engendrar vida, en este sentido, podría existir una asociación entre la figura del huevo y el útero. No obstante, el dar a luz no necesariamente está asociado a la maternidad, puede ser también un renacimiento en términos espirituales, el pelo dorado de la gigantesa podría referirse al oro en tanto ideal de transmutación alquímica, es decir, como ideal de limpieza o purga espiritual.

La figura de los gansos se encuentra presente en la mitología griega, el mito de Zeus narra que éste se convierte en cisne para seducir a Leda, enfatizando el carácter sensual del ganso y la clara alusión fálica de su pescuezo. Del mismo modo, las aves en vuelo ponen de manifiesto una dimensión aérea, particularmente etérea, nos habla de una realidad que existe, pero que no necesariamente es visible.

La figura del huevo aparece en otras pinturas de Carrington, como Quería ser pájaro, la cual muestra el retrato de Enrique Álvarez Félix, hijo de la reconocida actriz mexicana María Felix, quien está frente a un huevo, sus piernas se encuentran cubiertas de plumas, como si estuviera en un ritual de metamorfosis.

En la cosmogonía egipcia, existen varios mitos relativos a la creación, los cuales, en su mayoría, se remiten al Ogdoad, éste es un sistema de ocho deidades agrupadas en cuatro parejas, las cuales representan conceptos ontológicos o fuerzas primigenias, a saber: Nun y Naunet (Las aguas primitivas y el cielo), Kuk and Kauket (La luz y la oscuridad), Heh y Hauhet (La eternidad) y Amun y Amaunet (El aire o lo oculto). Una de dichas historias relata que estas ocho deidades crearon un Huevo Cósmico, del cual emanó el dios del sol Ra, quien creó el mundo y todo dentro de él. Una historia alternativa dice que el huevo fue puesto por un ganso celestial conocido como Gengen Wer. Este motivo del huevo cósmico se repite en otras tradiciones, por ejemplo, en la filosofía hindú es llamado Hiranyagarbha, el cual genera el cosmos manifestado.

En 1975, Clarice Lispector (1920-1977) es invitada al Primer Congreso Mundial de Brujería[1] realizado en Bogotá, allí participa con la lectura de un texto titulado El huevo y la gallina[2].

Clarice Lispector. Imagen de archivo.

“De madrugada en la cocina sobre la mesa veo el huevo”[3], así comienza el escrito en el que Clarice establece una conversación (ontológica) con un huevo, de la cual surgen aprendizajes existenciales que constituyen una suerte de encuentro espiritual. El huevo adquiere rasgos de perfección, se trasforma en la representación de una realidad que nos sobrepasa, que está fuera del lenguaje y, aun así, no deja de ser un sencillo huevo.

En este ensayo, o más bien, conjuro, la escritora pareciera estar en un estado de trance desde el cual establece una relación profunda con la realidad. Ello dota al texto de un aura de hermetismo; sin embargo, el relato no se encuentra ambientado en un espacio sobrenatural, por el contrario, la autora parte de una escena totalmente cotidiana: el estar una mañana en la cocina. Y es esta una de las mayores riquezas del texto/conjuro de Lispector, mostrar una experiencia espiritual, que parece compleja, desde un espacio absolutamente cotidiano.

“Tengo el mayor cuidado de no entenderlo. Siendo imposible entenderlo. 
Sé que si yo lo entendiera es porque estoy errando. Entender es la prueba del error”[4]

El huevo adquiere rasgos de ser superior, divino, de lo ininteligible e inabarcable. Asimismo, está revestido de una absoluta fragilidad -su cáscara-; por lo tanto, solo puede ser conocido desde afuera, pues cualquier intento de abrirlo, de forzarlo, lo destruiría y dejaría se ser lo que es. Sin embargo, cuando el huevo se abre desde adentro, permite la vida, el despertar. El huevo aquí aparece como un misterio insondable.

“Tomo otro huevo en la cocina, le quebró la cáscara y la forma. 
Y a partir de este instante exacto nunca existió un huevo”[5]


Del mismo modo, se podría asumir la incomprensibilidad del huevo en relación al proceso de creación. En la medida que, el huevo forma parte de una realidad a la cual no es fácil acceder, encierra un enigma; al igual que, la escritora ahonda por medio de su acto creativo en lo desconocido, en la exploración/percepción de un mundo oculto. Ambos representan desafíos existenciales, en sus palabras: “El misterio es yo ser apenas un medio, y no un fin”[6]. De esta manera Lispector se sumerge en las profundidades de la realidad a través de las experiencias más comunes del día a día.

“El huevo vive prófugo por estar siempre más adelantado a su época”[7]

“Cuando morí, tomaron de mí el huevo con cuidado. Todavía estaba vivo.
Solo quien viera el mundo vería el huevo”[8]


Una persona vestida de negro equilibra centenas de huevos, organizándolos en líneas rectas, en un acto de absoluta concentración y conciencia de su cuerpo. Este ejercicio constituye el performance Camine Despacio presentado por María José Arjona (1973- ) en el vestíbulo del Museo de Arte del Banco de la República en Bogotá en el año 2011.


María José Arjona. Camine Despacio. 2011. Cortesía de la artista.

La acción es presentada sobre el suelo del museo, aumentando la fragilidad de la situación, pues cualquier mínima vibración producida por los pasos del público, podría quebrar la magia de la estabilidad. Arjona crea un orden particular, el huevo en tanto figura ovoide con un punto de equilibrio difícil de alcanzar, es presentado en una disposición vertical, una imagen perfecta y en apariencia imposible, resultado de una transmutación recíproca de energía entre ambos cuerpos, la artista y el huevo.

Para equilibrar un huevo se necesita ubicar la yema, la clara y la cavidad de aire en su exacto centro de masa, por lo tanto, es un equilibrio interior, alejado de la vista; de manera paralela, la artista mantiene una singular disposición corporal y mental, gran parte del proceso sucede de manera interna, alejado de la vista del espectador, pues se establece una relación/conversación íntima entre ambos cuerpos. Volviéndose un ejercicio meditativo, donde un simple huevo adquiere ánima, un soplo vital producido por la atención profunda de la performer que lo trae al presente.

Arjona aprendió a equilibrar huevos con Ushio Amagatsu, figura clave de la danza butoh contemporánea, de allí surge la atención al gesto mínimo del cuerpo, es decir, cómo un aparente pequeño movimiento puede dislocar ordenes establecidos, inaugurar nuevos espacios de percepción.

Esta acción, Camine Despacio, es la reactivación de un performance anterior, 365 días, presentado en  en el año 2000 en la ciudad de Santa Marta, también en Colombia. Allí no se disponían los huevos en línea recta, sino en forma circular, ahondando en la idea de un tiempo cíclico y natural.

En palabras de la artista: “Para la obra que se presentó en Santa Marta tenía claro que en primera instancia el espacio era circular y exterior. Me interesaba entender las fuerzas que rigen un cuerpo cuando está tratando de hacer un ejercicio de larga duración a la intemperie. El cuerpo es el huevo y en esa misma instancia la naturaleza regula su propio equilibrio. Determina su supervivencia. Me interesaba la fragilidad de ambos (el huevo y el cuerpo) en relación a ese afuera, al sol, al paso del tiempo”.[9]

En los tres casos, las fronteras entre el cuerpo y el huevo se encuentran desdibujadas; pareciera que las artistas lograran introducirse dentro del huevo para comprender una dimensión de la realidad que no es propiamente la experimentada en el día a día, aun así, la puerta para entrar a esta se encuentra en el espacio más sencillo y cotidiano posible.

El huevo es asumido más allá de la poética de lo cotidiano o de una reivindicación de género, su abordaje nos interpela como humanidad al tratar tensiones existenciales, inauguran un portal que permiten la entrada a otras dimensiones de la percepción, una visión compleja que muestra tanto su fragilidad como su fortaleza, la magia y la frivolidad, el enigma y la contundencia. Mostrando una relación con el flujo vital, los procesos de nacimiento y de muerte.




[1] Se encuentra poca información sobre este evento, sin embargo, el siguiente video nos sirve para dimensionar su influencia en la cultura popular: https://www.youtube.com/watch?v=KKxjJnxFd8E
[2] Debería estar prohibido escribir sobre este texto, cualquier reseña o comentario disminuiría la riqueza enigmática de la escritura de Lispector. Sugiero leerlo previamente, se encuentra disponible gratuitamente en internet. 
[3] las siguientes citas serán de El huevo y la gallina, las he traducido del portugués y he decidido poner las originales a pie de página:“De manhã na cozinha sobre a mesa vejo o ovo”
[4] “Tomo o maior cuidado de não entendê-lo. Sendo impossível entendê-lo, sei que se eu o entender é porque estou errando. Entender é a prova do erro”
[5] “Pego mais um ovo na cozinha, quebro-lhe a casca e forma. E a partir deste instante exato nunca existiu um ovo”
[6] “O meu mistério é que eu ser apenas um meio, e não um fim
[7] “O ovo vive foragido por estar sempre adiantado demais para a sua época”
[8] “Quando morri, tiraram de mim o ovo com cuidado. Ainda estava vivo. – Só quem visse o mundo veria o ovo”
[9] Conversación personal con la artista.

Nota: No seleccioné a estas tres artistas por el hecho de ser mujeres, quise escribir sobre sus trabajos porque considero que son gestos contundentes, energéticos y profundos. El hecho de ser mujeres fue una grata coincidencia que muestra una relación entre la sensibilidad femenina y la imagen/arquetipo del huevo.

Saturday 25 August 2018

La carga y la marcha

Beatriz González y William Kentridge o Del fin del Apartheid al Proceso de paz.  

 -Snyder Moreno Martín

El recorrer las calles de Johannesburgo en Sudáfrica me produjo la sensación de sentirme como en casa ¿Qué pueden tener en común dos países separados por más de 12000 km, con idiomas y culturas tan diferentes?

Sentí un extraño clima que constantemente me recordaba a Colombia, y no me refiero a la temperatura –pues allí hay estaciones-. Me refiero a una tensión social que solo es experimentada a través del cuerpo y se siente de manera particular al caminar por ciertas ciudades.

Con la presidencia de Mandela en 1994, se inició oficialmente la era post-apartheid en Sudáfrica, proceso que aún se encuentra vigente debido a las profundas heridas que dejó en su población. Paralelamente, al otro lado del océano atlántico, Colombia inicia el proceso de implementación de los acuerdos de paz, el cual, pareciera ir en contravía de una sociedad que se resiste a abandonar el conflicto armado. En resumen, ambas sociedades están marcadas por escabrosos regímenes de aniquilación del otro que duraron aproximadamente medio siglo.

La sofisticación con la que se estableció la segregación de la población negra en Sudáfrica, aislándola en la periferia de las ciudades e impidiendo su acceso a lugares públicos; recuerdan a los mecanismos con los que se desplazaban pueblos enteros en Colombia, y la subsecuente pobreza generada en los perímetros urbanos.

La minuciosidad con la que se redactaron leyes para excluir y criminalizar a parte de la población, hasta tal punto, que se penalizaron asuntos de la vida privada, como el matrimonio entre personas de diferentes razas; resuena en la manera en que el aparato judicial se utilizó en Colombia como mecanismo para perseguir, la manera en que el Estado se inmiscuyó en los asuntos privados de los dirigentes de oposición para oprimir y hostigar.

El fin del apartheid que se vive hoy en día, convive con un sistema de exclusión que subrepticiamente aún persiste, quizás no en las leyes, pero en el estamento social, expresado en sutiles formas de privilegio que generan situaciones de desigualdad. Incluso hay ciudadanos que, en el seno de su hogar, anhelan un pasado de lujos detrás de la segregación. Asimismo, la discriminación se siente actualmente, de manera simultánea entre blancos y negros.

En Colombia no es muy diferente, hay ciudadanos que hablan en contra del gobierno que firmó los acuerdos, enmascarando su claro disenso con el proceso de paz, anhelando épocas donde la aniquilación por la vía militar era la solución que pedían las multitudes. 

El fin de estas épocas de violencia y los nuevos acuerdos sociales, han estado marcados en ambos países con una idealización de las expectativas, lo cual ha generado desazón, frustración y falta de credibilidad en las grandes rupturas y cambios que han dado para superar sus pasados. De manera paralela, en ambos escenarios se han generado tanto movimientos retardatarios y escepticismo social, como escenarios de colectivización con comunidades decididas a continuar las transformaciones progresistas que iniciaron generaciones pasadas.

En este marco aparecen los trabajos de dos artistas con un amplio reconocimiento internacional, que a comienzo de este año estuvieron exponiendo individualmente en las salas del Museo Reina Sofía en Madrid (España): el sudafricano William Kentridge, y la colombiana Beatriz González.

En la pieza More Sweetly Play the Dance, una monumental instalación multicanal de Kentridge, expuesta en el Zeitz Museum en Ciudad del Cabo, se presenta ante los ojos del público una gran marcha de personas, dibujos y objetos, que entre danzas africanas tradicionales y con una música de celebración, apunta a los poderes políticos, el sometimiento social y los desplazamientos forzados, dejando entrever la muerte, epidemias y hambrunas; formando una danza de muerte de imágenes genéricas, que perfectamente podrían representar la situación de las últimas décadas de varios países del continente africano.

More Sweetly Play the DanceWilliam Kentridge. Zeitz MOCAA- Museum of Contemporary Art Africa. Ciudad del Cabo (Sudáfrica). Fotografía: Wianelle BriersCortesía: Zeitz MOCAA.

Una danza parecida muestra González en Auras Anónimas, intervención en espacio público en Bogotá, realizada en el año 2009, aquí el carácter monumental lo da el espacio mismo. En cuatro columbarios del antiguo Cementerio Central de Bogotá, yacen imágenes de personas cargando sacos de plástico, nos recuerdan a las imágenes que, en repetidas ocasiones y de manera cotidiana, se observaban en periódicos y noticiarios en Colombia. Este lugar parece contener la memoria reciente del país, está cargado con el aura de la Violencia y la erradicación del otro, los estragos del narcotráfico y la desaparición de la vía armada, está fuertemente cargado, incluso energéticamente, pues en los años cuarenta sirvió de fosa común para los muertos del 9 de abril de 1948.

Auras Anónimas. Beatriz González. Bogotá, Colombia. Fotógrafía: Laura Jiménez. 
Cortesía: Archivo Beatriz González.

Las sombras de los cuerpos sin rostro de Beatriz González, se relacionan con las siluetas de William Kentridge, ambos muestran cuerpos anónimos, solo queda el horror del gesto de cargar y del gesto de marchar.

Recientemente William Kentridge estuvo exponiendo una monumental obra de teatro en la Turbine Hall de la Tate Modern en Londres llamada The head and the load, donde en el marco del centenario de la Primera Guerra Mundial, recuerda a los miles de soldados africanos muertos en ejércitos europeos.

Beatriz González, al otro lado del atlántico, lida una batalla por no dejar destruir su obra. Si bien, Auras Anónimas ha sido reconocida por respetados curadores y críticos de arte alrededor del mundo, nada de ello parece importarle a la actual administración de Bogotá, quien pretende destruir la obra para realizar un parque recreativo. Tan limitada es la comprensión de la historia, de la latencia de la muerte y de la fragilidad de la memoria que, ante la primera oportunidad, se derrumban las imágenes, se borran los monumentos y la urgencia del corto plazo y la ansiedad por mostrar resultados hacen olvidar procesos mucho más complejos y lentos que se han dado desde hace décadas.

Beatriz González, puso de manera simbólica la lápida a la guerra, no nos habla desde la melancolía, sino nos trae al presente y nos hace sobrevivientes de una cruel y orquestada época de tortura y desaparición, en otras palabras, celebra nuestras vidas. Ojalá, también podamos celebrar la permanencia de Auras Anónimas como testimonio vivo, como lugar para el duelo y el proceso de sanación social que Colombia necesita.