Wednesday 15 June 2022

Cartas a Cecilia

Este texto recoge cuatro cartas o mensajes que surgen a raíz de la exposicón Veroír El fracaso iluminado de la artista Cecilia Vicuña en el Museo de Arte Miguel Urrutia del Banco de la República en Bogotá, curada por Miguel A. López. 

Los textos surgen tras una serie de visitas a la exposición, en donde sin premeditarlo, entretejo experiencias personales y problemáticas sociales con las obras de Vicuña. 


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18 de febrero 2022


Estimada Cecilia,


Primero, quiero agradecerle por estar exhibiendo su trabajo en Bogotá. No sé si maneja sus redes sociales o no, si leerá este mensaje o no, pero le escribo porque me nacen las palabras y quiero hacerlo.

Le escribo desde la cima de Monserrate; hoy en la mañana, mientras subía, pensaba en aquella imagen suya donde con un hilito rojo tejía los árboles, con las calles y los afectos de esta ciudad; y sentía que con su actual exposición, su presencia ha vuelto a habitar estas tierras; hoy imaginaba que a lo mejor, la encontraría entre estos caminos de árboles tejiendo con pequeños hilitos rojos, sentada en algún rinconcito entre un Borrachero y un par de Eucaliptos.

La inauguración de anoche fue especial, no sólo se encontraba su trabajo engalanado por los cielos y los cerros de Bogotá, sino por una potente luna llena, que justo se asomaba por el Apu desde el cual le escribo ahora. Para sorpresa mía, a la salida del museo había un hombre de cabello largo tocando una quena y al parecer unas maracas ¡Era música de los Andes! Era música conjurada por Cecilia y su exposición, viento(Paracas)/música que ha anudado el águila, el quetzal y el cóndor, y que ahora, potentemente suena en Bogotá y resuena en nuestros corazones, al menos fuerte y cariñosamente en el mío.

Muchas gracias Cecilia,


Mis mejores deseos,


Snyder Moreno Martín


Pd. Espero leer pronto su libro Cruz del Sur, lamentablemente es de difícil acceso y un tanto costoso aquí.

Un afectuoso saludo.


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26 02 2022


Estimada Cecilia,


Lamento mucho no haber recibido respuesta a mi mensaje, intuyo que no revisa las comunicaciones en sus redes sociales, o quizás prefiere no interactuar por ese medio, la entiendo. Aún así, quiero escribirle nuevamente, haciendo honor a mi palabra de permitir que la palabra surja cuenda ella lo desee. La ausencia de su respuesta, en vez de desestimularme, hace que mi escritura no tenga que estar encajonada en el tono de una correspondencia a alguien que no conozco -pues quizás nunca lea estas palabras-, y a raíz de ello, me permitiré ciertas licencias y quizás el tono se vuelva más personal.

Cecilia, le cuento que ayer visité por tercera vez su exposición, pero antes de hablarle de esta experiencia, permítame hablarle de mi segunda visita, pues fue una visita iluminadora, como todas hasta el momento.

Quise ir exclusivamente a ver el video ¿Qué es la poesía?, y fue muy bonito ver que en uno de sus primeros fotogramas aparece el cerro de Monserrate, justo el lugar desde el cual le escribía mi primera misiva, sentí que de alguna manera tejíamos entre mi presencia y su ausencia, entre su presencia y mi movimiento en la sala, entre las calles y los cerros. Deambulé un rato por la exposición, volví a ver el video y se me vino a la mente aquel verso hermosamente cantado por Mercedes Sosa: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida” Y pensaba en la tristeza que habrían 

sentido sus obras al dejar Bogotá hace algunos años, la extrañeza que habrían experimentado al hallarse nuevamente en la ciudad,  y la alegría de volver al lugar donde amaron la vida.

Ayer fui de nuevo con una amiga a quien quiero mucho, estudió literatura, es educadora popular y ahora hace un doctorado en filosofía, sin embargo le aburren los museos de arte, para convencerla de que se permitiera ir a su exposición le dije: “¡Vamos! Cecilia es una artista fabulosa, para mí es como la Violeta Parra de las artes visuales”, así la convencí. Y en esta tercera visita, en vez de caminar por su obra, su obra me hizo caminar por mí, o quizás, ella caminó sobre mí. Pues era imposible no reconocer mis propios ideales, obsesiones y pasiones en ella; y caminaba por entre sus obras como si fuera llevado por aquel hilito rojo del Niño del Plomo, y el tiempo ya no era más unidireccional sino, múltiple y posible.

Regresé hace unos pocos meses a Colombia luego de estudiar una maestría en el Royal College of Arts gracias a un estímulo del Banco de la República. Londres fue un tiempo retador en mi vida, pues además de afrontar gran parte de la pandemia allí, estuve hospitalizado y tuvieron que realizarme un procedimiento quirúrgico, lo afronté sin mi familia de sangre cerca a mí, y ello fue importante y formador, crecí y me fortalecí bastante.

También fue un momento en el que varias ilusiones se desvanecieron, pues no pude acceder a los talleres de mi universidad y tuve que salir de Londres al inicio de la pandemia, pues no podía pagar el arriendo en la ciudad, ya que me había quedado sin entradas económicas extra. El Royal College, como institución, fue una experiencia elitista y permeada por las políticas neoliberales y el academicismo; no obstante, fue un momento fundamental para mí como artista, pues me permití confrontar mi trabajo con otras narrativas; además resalto el componente humano de la universidad, fue sobrecogedor, allí conocí a mi mejor amigo, quien luego me llevaría ropa limpia y comida al hospital.

Por eso, el ver el registro del Festival de las Artes por la Democracia en Chile que hicieron en 1974, justo en el mismo edificio donde yo tenía mi taller antes de la pandemia, me hizo volver a deambular por los pasillos de Kensington, y encontrarme con la fuerza contestaria de sus obras haciendo rugir aquella escuela, y de esta manera, sentía que mi imagen del RCA se sanaba, pues ahora, allí latía la esperanza y el inconformismo ante el estatus quo; creo que aún hoy late, por más que las recientes administraciones intenten acabar con la fuerza creativa y revolucionaria de esta institución. A modo de anécdota, le cuento que justo después de salir del hospital y justo antes del inicio de la pandemia, mis tutores entraron en huelga, yo, en medio de mi convalecencia, fui a acompañar las movilizaciones e incluso le escribí una carta pública al Vice-Chancellor, que por supuesto no respondió. Aún late.

En medio de aquellas fechas convulsas, sabrá que hubo un gran estallido de indignación social en Colombia, yo lo observaba desde la pantalla de mi computador, sentía temor por lo que pudiera pasarle a mi familia, sentía impotencia de no poder viajar y no tener recursos para hacerlo y tenía esperanza profunda de que la sociedad colombiana estuviera despertando; sólo contaba con manifestarme ante la embajada, en redes, con mis compañerxs en la universidad y en mi obra. Así, también me sentí tejido a usted, a la joven que con nostalgía y rebeldía sentía a Chile desde los jardines del Hyde Park.


Gracias,


Christian Snyder Moreno Martín


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26 de Mayo


Estimada Cecilia,


Le cuento que desde la última vez que le escribí he venido aproximadamente otras dos veces a su exposición, en una de ellas su trabajo me produjo tal deseo de crear que tuve que salir corriendo a mi apartamento-taller y ponerme a trabajar; la segunda vez vine con una amiga, y me sentí tan contento que empecé a hablarle sobre algunas obras y de su contexto, le hablé de la anécdota del “secuestro de Cortazar”, de la dictadura, las manifestaciones en Londres, el estallido social etc; cuidando de no dar demasiados detalles para que ella pudiera encontrarse por sí misma con sus obras.

Hoy he venido nuevamente a ver su exposición, está vez con el objetivo de darle un cierre a mis palabras.

Llegué a primera hora, justo a la hora en que a las afueras del Museo hay filas de estudiantes de colegio y turistas organizando su día. Le confieso que me enojé un poco el ver que los televisores estaban apagados, pero luego, al caminar por la sala sentí que el ambiente era perfecto para ver Los Precarios, sentía que sin el sonido de los vídeos me era posible escuchar a cada uno de ellos, formaban un coro sutil, casi imperceptible, me tenía que acercar suavemente ante cada uno, y eso que eran aproximadamente setenta de ellos, allí pude imaginar de dónde sacó cada una de estas 'basuritas', como usted las llama, y escudriñar en porqué decidió juntarlas y volverlas composiciones.

Permítame decirle que me recordó al proyecto de grado con el que me gradué de Artes en la Universidad Nacional en Bogotá, también hice pequeños ensamblajes con “basuritas”, como ustes las llama, yo no hice tantas, pues mi interés era otro, los objetitos los presenté con un librito donde escribí lo que aprendí al hacer cada uno de los ensamblajes, me interesaba lo que aprendemos cuando creamos y cómo el mismo proceso de creación es un proceso de aprendizaje, lo llame: Aprendizajes en medio de un vuelo.

Volviendo a sus Precarios, me fijé específicamente en una composición de cuatro objetitos de madera, tres estaban erguidos y uno estaba en el suelo, ví el rastro sobre la arena que denotaba que antes estaba de pie, percibí que se había caído y pensé en ¿Qué más precario que rechazar el permanecer erguido, la verticalidad, rechazar el ímpetu a la elevación? Aquí, para mí volvió a cobrar sentido el título de la exposición ¡Un fracaso iluminado! Me gustó verlo reposar sobre la superficie de arena, creo que quería y necesitaba un merecido descanso. Verlo reposando sobre la arena me acordó de la obra de una tutora de la maestría, Lina Lapelyte, quien junto a otras dos artistas crearon Sun and Sea, un performance donde cuerpos humanos descansan sobre una playa de arena mientras entonan hermosos cantos que nos avisan de nuestro apocalipsis medioambiental, me pregunté ¿Serán los mismos cantos que entonan sus Precarios? ¿Acaso se imaginaba que hoy en día, unas décadas después, seguiríamos entonando los mismos cantos?

Me sorprendió mucho conocer las intervenciones que realizaba en la playa de Concón en Chile, le digo que me sorprendió pues yo hacía lo mismo jajaja, en otras circunstancias claro está, me escapaba de casa en medio de las cuarentenas para refugiarme en la parte más boscosa de los parques, allí recolectaba cositas y hacía mis propios rituales a la Tierra, recuerdo muy especialmente algunos que realicé el día de mi cumpleaños, con los que agradecía mi existencia en medio de la pandemia.

Déjeme decirle que venir hoy a su exposición fue un bálsamo para mí, estamos atravesando un álgido e intenso momento político en Colombia, usted se preguntará ¿Y acaso cuando no?, y estaría en lo cierto. Su exposición me generó tranquilidad en estos momentos.

Recordaré su hermosa canto -susurro a las niñas vietnamitas.


Gracias Cecilia.


Pd.1 Cecilia, se lo repito, su trabajo anuda el viento de los Andes. ¿Qué mejor manera de cerrar estas cartas que con una idea inicial?

Mañana espero ir nuevamente a Monserrate y estaré pendiente si la llego a ver entre Borracheros y Eucaliptos, estaré pendiente de minúsculas hebras rojas que vuelen con el viento.

 


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15 de junio 2022 

(A cuatro días de las elecciones presidenciales)


Estimada Cecilia,


Por allá, en 1973 usted pintaba un cuadro que se ha titulado Frente cultural, en éste, usted soñaba que todos los trabajadores y artistas estábamos unidos, conformábamos un sólo organismo vivo que trabajaba en favor del desarrollo del espíritu, éramos un huevo en eclosión, un huevo solar que habría de iluminar el mundo y dar a luz a una nueva humanidad.

Pareciera que a usted, en ésa época, le fuera permitido soñar; he de confesarle que dicho sentimiento se me hace un poco extraño, en el sentido de que lo siento distante, pues a veces siento como si hoy en día, a las personas de mi generación y a las de las próximas se nos hubiera privado de dicho privilegio. Hoy por hoy, más que soñar estamos en un constante resistir y presionar, resistimos que regímenes sanguinarios sigan haciendo política desde la muerte y evitamos que dichos proyectos tumben los derechos y garantías que aún quedan; aveces siento que la energía de nuestra generación se ha ido entre detener la guerra, salvaguardar la vida y encontrar sustento económico en medio de la incertidumbre y la creciente precarización laboral. Sé que es una visión parcializada e incompleta, pero es un sentir que de vez en cuando agita mis esperanzas, como un pequeño tornado que se diluye al poco tiempo, pero no por ello es menos destructor. 

Hoy en día, en mi país se piensa que cualquier reforma progresista es un acto "revolucionario", populista y por lo tanto, peligroso. Así de acostumbrados hemos estado a la escasez. Y en este contexto, me pregunto si aún así nos sería posible soñar. Sin embargo, creo que en el fondo nuestra resistencia lleva un sueño: el sueño de una sociedad en paz; verá usted que nuestro sueño no es utopista o extravagante, es apenas lo básico para el desarrollo de cualquier ser humano: la paz.

Al seguir recorriendo las salas de su exposición, encuentro nuevas perspectivas o medicinas para esta dolencia que llevo yo; y conmigo, la juventud de mi país; y con nosotros, el país entero. Sus Palabrarmas nos recuerdan que la existencia es un acto de resistencia (rexistir); que nuestras herramientas son la solidaridad (sol y dad y dar), la participación (parti sí pasión) y la emancipación (eman sí pasión); que nuestras armas son las palabras, y que las palabras se labran como la tierra y que la palabra en sí es una "pala con alas para abrir la realidad", como diría usted. Y que la revolución, no es un acto dañino como nos lo han hecho creer, es un retorno a la evolución (r-evolución). Y sobre todo me recuerda que no estamos solos, que este grito de justicia social, valores democráticos y libertades para el puelo se escucha por todo el continente, resuena en cada cueva, acantilado y cordillera, y es llevado por los ríos y susurrado por los arroyos.

Cecilia, usted nos recuerda la importancia de la pasión, la agremiación, el trabajo y la cultura. Y es aquí cuando de nuevo recuerdo el título de su exposición y cobra sentido, al iluminar las sombras y fracasos del discurso hegemónico de nuestra nación.

No creo que sea fortuito que sus obras se encuentren expuestas en pleno centro de Bogotá, a pocas cuadras de la representación del poder político y judicial, en medio de un periodo de elecciones cuya polarización ha resquebrajado los vínculos entre los habitantes. Creo que sus obras iluminan el sendero más loable que podríamos recorrer como país y como sociedad.

Confío en que el susurro que me han recordado sus obras se escuche en las urnas, y si no llega a ser así, tengo la certeza de que, junto con el viento y los arroyos seguiremos insistiendo en él.


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19 06 2022

(Día de las elecciones)


Estimada Cecilia,


Son alrededor de las diez de la noche y me encuentro al frente del Museo observando su Quipú menstrual, justo venía de la Plaza de Bolívar donde miles de personas nos habíamos congregado para celebrar la llegada a la presidencia de Gustavo Petro y Francia Márquez - y aún seguían llegando multitudes-; nadie nos dijo que fuéramos allí, pero esta Plaza tiene una suerte de poder magnético que atrae y congrega las manifestaciones sociales de este país. Sabrá usted que las personas de Bogotá no nos caracterizamos por la calidez o por las habilidades en el baile, pero allí todos estábamos reunidos con gran alegría, arengando y bailando al son de los tambores y las batucadas; en el trayecto de mi casa a la plaza, el ambiente era festivo, las personas habían sacado sus equipos de sonido a las calles, los carros pitaban y la gente se abrazaba y saltaba de felicidad, estas actitudes no son para nada características de la gente de Bogotá, creo que el frío que nos llega de las montañas tiende a enfriar nuestras costumbres y modos de ser, pero hoy era un día diferente, en medio de la lluvia y el frío viento nos convertíamos en un pueblo cálido.


Al ver sus objetos rojos colgando desde aquella fría y lluviosa calle, pero desde la que seguía escuchando la algarabía de la Plaza, pensaba en las miles de personas que han sido asesinadas, en toda la sangre que ha corrido durante décadas en este país, en los cuerpos que han sido arrojados a los ríos y cómo sus muertes fueron la semilla para que hoy un cambio político fuera posible. Al ver sus quipús, colgando y sutilmente tocando el suelo y formando ondas en el suelo, veía los ríos de sangre que han corrido por este país, y cómo éstos han abonado los campos para que hoy podamos avizorar una posible cosecha, campos que hemos de seguir (pa)labrando mancomunadamente. Hoy veo en sus quipús sangre de muerte, sangre de vida y sangre de regeneración.


Le confieso que al ver su obra pensaba en aquellas arengas que entonaba en mi época universitaria: “¡Van a volver, las balas que disparaste van a volver, la sangre que derramaste la pagarás, los hombres que asesinaste no morirían NO MORIRAN!” Quizás algunas personas del campo del arte no conozcan esta faceta mía, pero cuando estudiaba en la Universidad Nacional me involucré con el movimiento estudiantil. Era el año 2011 y el gobierno proponía una reforma educativa que pretendía privatizar y mercantilizar la educación pública, como se imaginará a las artes y a las humanidades no les hubiera ido nada bien en ese contexto; así nació en mí la voluntad de vincularme con la causa y de hacer lo que pudiera hacer, sentía una apremiante necesidad y responsabilidad por contribuir a las transformaciones de mi país, exacerbada por el hecho de estudiar en una universidad pública, situación que lamentablemente es un lujo para la mayoría de jóvenes en Colombia.

Yo ayudaba a organizar las discusiones en la Escuela de artes, aveces pidiendo en préstamo el equipo de sonido, moviendo las sillas para la asamblea, estableciendo el orden del día y/o moderando, también participaba tanto de las discusiones locales como de las distritales y algunas pocas veces de las nacionales. Si bien, me insistieron, nunca quise postularme como “representante estudiantil”, pues poco creo en la democracia representativa y creía que al liderar sin tener un título, podría demostrar que es posible transformar sin necesidad de la burocracia política. Toda esta experiencia me formó políticamente, pero también me hizo ver cosas desagradables, por ejemplo, como los partidos de izquierda habían cooptado el movimiento estudiantil, repitiendo prácticas deplorables contra las cuales luchábamos; también me dejó un recuerdo oscuro, fue cuando una profesora me llamo de “terrorista” en medio de una reunión entre estudiantes y profesores, se imaginará que no fue una experiencia agradable en medio de un gobierno que perseguía violentamente a cualquiera que se atreviera a disentir.


Ante el trauma y el dolor, hoy sus quipús me hablan de resurrección, del resurgir de aquellas memorias ancestrales que se creía silenciadas, pero que cautelosamente se conservaban y esperaban con prudencia el momento adecuado para que las recordáramos. En esta noche, sus quipús también me hablan del largo, intenso y doloroso parir que ha tenido Colombia en los últimos meses y años; pero también me hablan del festejo y de la celebración de la vida ante las más atroces ignominias y, sobre todo de conciencia e iluminación, de la decisión de un pueblo de rechazar la hegemonía, a sus gobernantes y el querer tomar un rumbo diferente.


Aún hoy, once años después de mis andanzas en el movimiento estudiantil, sigo siendo escéptico respecto a la real eficacia de la democracia representativa, creo que ninguna transformación será posible si los ciudadanos no ponemos de nuestra parte y realmente nos comprometemos con el cambio, el cual no es solamente desde lo electoral, sino desde lo más íntimo, desde nuestras fibras internas; creo que el cambio real es la sanación, y hacía allí me he encaminado en los últimos años. Pero ahora mismo no quiero pensar en ello; se impone en mí un sentimiento de celebración, porqué sé que generaciones de personas han trabajado para que el cambio de hoy fuera posible, usted misma habrá conocido personas que ya germinaban este cambio cuando hace algunas décadas vivía en Bogotá . He de confesarle que en estos meses mientras visitaba su exposición, me llenaba de inspiración al ver sus trabajos sobre Allende y la Unidad popular, y esto me motivó a poner mis herramientas a disposición de la coyuntura, puse mi escritura y mis dibujos al servicio de unas necesidades mayores y por ello, hoy me permito dejarme contagiar de la alegría y la festividad.


No puedo describirle mi felicidad, pues es un sentimiento nuevo, habíamos estado tan acostumbrados a las derrotas, que el sabor de la victoria se me hace difícil de describir, por el momento, puedo decir que ha generado una calidez que no había visto antes. Tantos fracasos han hecho de esta primera victoria un momento realmente iluminado.

Gracias por acompañarnos con su exposición en este momento,


Mis mejores deseos,

 

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13 07 2022


Estimada Cecilia,

Espero esté muy bien,


Me han comentado que ya partió de Bogotá, lamento que no nos hayamos podido conocer, pues realmente me hubiera gustado intercambiar palabras y que esta escritura hubiera podido encontrarla, en vez de ser un canto al vacío del cual solo escucho el eco.


Tuve la fortuna de presenciar la performance que realizó en la entrada del Museo del Banco de la República; me hubiera gustado agradecerle personalmente por darnos a cada uno de los asistentes un pedacito de la lana que usted llevaba puesta, me pareció una imagen fuerte y hermosa verla salir envuelta en este material y que luego lo compartiera con nosotros, lo sentí como un acto antropofágico por parte del público y de una entrega total, casi un acto de sacrificio por parte suya; fue un gesto de hermosa generosidad, que intuyo, tiene sus raíces décadas atrás cuando vivía en Bogotá.


Al finalizar la acción intenté aproximarme a usted, pero habían decenas de personas a su alrededor; no obstante, María, quien había leído mis textos, me la presentó justo antes de que usted dejara el Museo ¡Y la vi tan cansada! la vi tan exhausta que me hubiera gustada haber utilizado la lana que nos había dado para tejerle una manta que la acompañara en el trayecto hasta su hogar, pero no; en cambio, se me fueron las palabras y sólo pude permitir que siguiera su camino a su merecido encuentro con el sueño y el descanso.


Al día siguiente, salí temprano de mi casa rumbo a Monserrate, hacía mucho frío, entonces metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y sentí el montoncito de lana que nos había regalado, calentó mis manos en medio de la helada mañana bogotana, me acompañó durante el ascenso a la montaña y tuve la sensación como si este suave toque fuera el encuentro con usted.


Los días siguientes, mientras caminaba por La Candelaria, estuve muy atento por si la veía entre las calles estrechas de casas pequeñas y de colores fuertes, pero mis ojos no lograron verla. Me enteré de que haría una serie de acciones en Colombia, pensé que correría con al suerte de ser invitado a alguna de ellas, pero me fueron esquivas.


Supe que realizaría una última acción pública en el Teatro Colón, llegué 10 minutos antes de la hora de la invitación, había una fila a la entrada, los organizadores se comunicaban con las personas al interior del teatro por medio de radios y decían nombres, dichas personas salían de la fila y entraban al teatro, pero mi nombre no fue llamado, minutos después nos dijeron que se había completado el aforo y tuve que devolverme a casa. Caminaba triste y decepcionado por las calles de la Candelaria y me sentí excluido, pensaba que pude haber salido algunos minutos antes de mi casa, pero no me imaginé que el teatro iba a llenarse tan rápido; de repente recordé a aquella Cecilia de los setentas en Bogotá, quien no fue ampliamente acogida por el campo artístico bogotano, y aún así, siguió creando con amor y determinación, en cambio, fue abrazada por teatreros y poetas, la comprendí y me acompañó en mi trayecto, recordamos los movimientos cíclicos de la naturaleza y de la existencia, y seguí mi rumbo a casa.


Le agradezco por su viaje y lamento no haber podido conversar personalmente con usted, pero queda en mí la alegría de haberla podido encontrar por medio de las palabras, pues fueron ellas quienes me permitieron conocerla un poco más y adentrarme cariñosamente en su obra.


Mis mejores deseos,



Monday 31 May 2021

Arte, represión y tortura. Sobre el acribillamiento de tres jóvenes en Soledad.


Me desperté el domingo en la mañana, aún medio dormido me dirigí al baño a lavarme los dientes, me gusta escuchar música mientras lo hago, pero esta vez decidí poner un noticiero colombiano, me gusta oírlo por ser independiente y mostrar informaciones que no suelen aparecer en los medios convencionales, mientras miraba mi rostro dormido y ojeroso en el espejo del baño, boca llena de espuma, mano haciendo movimientos circulares mientras sujetaba el cepillo de dientes; sentí el horror, el vómito y la repulsión.

Tuve que parar el video. Presencié algo que me impidió seguir mi rutina, la impotencia se había mezclado con el terror de lo macabro y, me había paralizado; en un instante volví a sentir la ausencia de esperanza en la especie humana, al reconocer cuan vil y malvados podemos llegar a ser.

Había quedado en shock y pasmado, pero sentía que tenía que confrontarlo de nuevo, intenté buscar consuelo en el final de la noticia, pues asumí que toda tragedia ha de tener su adecuada resolución, así, terminé mis asuntos matutinos y reproduje el video donde había quedado.

En éste, un joven entre lágrimas cuenta como fue detenido por la policía luego de participar en una marcha, él y dos amigos se refugiaban en una vivienda -en el municipio de Soledad en el departamento del Atlántico- a donde llegaron seis uniformados; fueron golpeados y amenazados mientras eran trasladados a un centro de detención; allí la policía los entrega a un grupo de reclusos diciendo “ha llegado carne fresca”, los reclusos los golpean nuevamente, los amenazan, extorsionan y, los hacen desnudarse para violarlos sexualmente. En la siguiente escena, un miembro de la policía dice que los jóvenes no mencionaron dichos hechos en la audiencia.

La escena me sigue pareciendo irreal y macabra, y la única pregunta que surge en mi cabeza es ¿Por qué? ¿Por qué pasó todo esto? ¿Por qué estos jóvenes vivieron una de las pesadillas más horrendas que cualquier ser humano pueda vivir?

Los policías que detuvieron a los jóvenes, como parte de su servicio pudieron haberlos llevado a la instancia correspondiente para que fueran juzgados, ¿No era esto lo debido? ¿Acaso, no era esto suficiente? No, no les fue suficiente.

Como acto de presión psicológica, los amenazaron y luego los sometieron físicamente por medio de golpes; si ya se encontraban bajo el poder de la autoridad institucional ¿Qué motivó a los agentes a las amenazas, las patadas y los puños? Actos innecesarios y que demuestran un accionar desmedido. ¿Acaso los agentes no llegaron a percibir el temor de estos jóvenes? ¿No vieron el miedo en sus ojos, las lágrimas bajando a chorros por sus rostros, ni los moretones ocasionados por sus golpes? ¿No escucharon sus plegarias para que todo esto parara? No, no quisieron escucharlas.

La siguiente escena hace parte de lo indecible y me provoca horror, tengo que respirar hondo e incorporarme para seguir escribiendo, ¿Qué los motivó a tener la intención de someterlos a vejámenes sexuales? ¿Por qué los hicieron repetir de nuevo el castigo? El objetivo ya no era judicializarlos, ni siquiera castigarlos, se trataba de algo más primario e instintivo, se trataba de sentir placer con el tormento del otro.

Ya no era un acto para reducir a alguien potencialmente peligroso, se trataba de disfrutar del llanto, el temor y la miseria del otro. Tortura viene del verbo en latín torquere que quiere decir retorcer, curvar. De ahí también viene la palabra tormento, compuesta por torquere y el sufijo -mentum, que significa dispositivo, es decir el instrumento para torcer.

Para que haya tortura no puede haber dos personas, tiene que haber un sujeto y un objeto; alguien que la ejerce y algo que la recibe; el otro ser, pierde su calidad de persona y se convierte en un instrumento; los tres jóvenes ya no eran personas, eran objetos, meros juguetes para satisfacer el deseo de aniquilación de los uniformados. Se habían convertido en trapos para torcer, en objetos para retorcer y los uniformados en sujetos poseídos por un deseo desmedido de placer y destrucción.

Quizás los policías consideraban que ello hacía parte de su trabajo, quizás ello haga parte de su entrenamiento, quizás ellos son los primeros objetualizados, a quienes se les ha convertido en máquinas para seguir órdenes, previamente se les ha desprovisto de su empatía y de su capacidad de sentir y, al no permitírseles sentir, al serles reprimidas sus emociones, se construye una olla a presión que por algún orificio ha de explotar y liberarse, así surge el placer por el sufrimiento del otro.

Y es que la represión no es asunto nuevo para Colombia, reprimiendo a los pueblos nativos fue instituido nuestro país, reprimiendo a minorías étnicas y sexuales se fue construyendo nuestra nación y, reprimiendo minorías políticas surgieron las guerrillas y así llegamos al siglo XXI. Nuestra historia es el trasegar de una cadena de represiones, y ha llegado el momento de la expresión y liberación de cada una de ellas.

¿Qué hemos hecho como sociedad para permitir que un grupo de militares lleguen a realizar estos hechos? Siempre hemos tenido un gobierno al cual culpar, un sistema electoral al cual responsabilizar. ¿Pero qué hemos hecho cada uno de nosotros y nosotras para permitir que estos crímenes se junten a la pila de crímenes que en los últimos días, años y décadas se han venido amontonando? La incineración de policías en un CAI, el asesinato y mutilación de manifestantes por parte de la policía, la violación como arma sexual, los secuestros, desapariciones y masacres, las extorsiones y los robos, “las vacunas” y las intimidaciones, el asesinato de cada uno y cada una de las líderes sociales, en fin, un largo etcétera que transforman esta pila en una montaña más grande que nuestras cordilleras, y que, al igual que éstas, se encuentran en el corazón de nuestro país.

Cada una de las formas de violencia han de causarnos perplejidad, pero más aún el inerte estupor ante la violencia, más aún el regocijo macabro ante la violencia y, sobre todo, cada instante de normalización de esta. Es cierto que ahora la sangre corre por nuestras ciudades, pero no olvidemos que esta ha sido la ley durante décadas en nuestra Colombia rural.

Y en medio de todo esto ¿Dónde queda el arte? Parecería ser un asunto innecesario, totalmente elitista, y sobre todo alejado de esta realidad. Pero no lo es, y las múltiples manifestaciones artísticas en medio de las protestas son prueba de ello.

¿En qué momento los artistas nos convertimos en corresponsales de guerra? Siempre lo hemos sido, hoy en día la guerra se siente en las ciudades de Colombia, pero siempre ha estado en el campo, y quizás, nunca ha salido de nuestras casas. Pero más allá de ello, los artistas siempre hemos estado en guerra.

Nuestra guerra no es sólo contra lo indecible. Hemos de apuntar nuestras herramientas, sean estas cámaras de video, pinceles, partituras, nuestro cuerpo y nuestra voz, no sólo contra lo ignominioso e inhumano, sino sobre todo, contra “lo humano”, contra las maneras en que hemos asumido, construido e instituido “lo humano”, contra aquel estatus quo y normalizador que nos hace excusarnos detrás de nuestra propia “humanidad” para someter al otro a los más infames vejámenes.

Y es que a pesar de que nuestra especie ha tenido milenios de evolución, aún no hemos sabido utilizar nuestras grandiosas capacidades y fuerzas para vivir con la diferencia, y ello nos lleva a atentar los unos contra los otros. La ausencia de empatía nos hace asumir que estamos separados, que lo que le sucede a los demás no nos afecta, olvidamos que los otros también tienen conciencia, y con ella, una existencia tan compleja y valiosa como la nuestra.

Un cliché en las academias de arte es decir que “los artistas hacemos visible lo invisible”, lo interesante de los clichés es la manera en que permiten identificarnos con algo. Creería que los artistas mostramos el doblez, hacemos visible el otro lado de las cosas, donde hay un falso consenso mostramos el disenso, y donde hay diferencia generamos puentes de encuentro. De alguna manera, los artistas mostramos lo oculto, lo que las fuerzas no permiten que salga a la luz, mantenemos el equilibrio, inherente a nuestra existencia, ahora sí utilizaré sin zozobra la palabra, humana, existencia humana.

En momentos donde la noche es fría, oscura y lluviosa, donde hay baños de sangre y represión en las calles, los artistas hemos de ser estandartes de la luz. Que el arte reavive el espíritu en la horrible noche; no como narcótico que nos haga olvidarnos de aquello que llamamos “la realidad”, sino como aliciente que nos recuerde que “la realidad” es mucho más compleja, que aún es posible calentar nuestros corazones, que hay tejidos de afecto y, que al igual que existe la violencia, también hay refugios de paz. Que más allá de situarnos como víctimas o victimarios, hay un sinfín de relaciones por crear. El arte nos recuerda que siempre hay algo por crear, que tenemos la capacidad de crear al margen del poder vertical y ello es fundamental ante un panorama represivo como el que afrontamos en Colombia.


Fuentes:

Video: https://www.youtube.com/watch?v=Yirfasy73us 

Periódico: https://www.elespectador.com/judicial/paro-nacional-tres-jovenes-detenidos-en-barranquilla-denuncian-violencia-sexual/

Adicionalmente, quisiera compartir esta crónica de Clarice Lispector sobre la muerte de Mineirinho, quien fue asesinado con trece disparos; me parece iluminadora al reflexionar sobre nuestra responsabilidad como sociedad ante hechos atroces y sobre la idea del castigo ante los delitos. En este link encuentran el texto en portugués: https://www.geledes.org.br/mineirinho-por-clarice-lispector/


Sunday 31 January 2021

Concierto para el fin y el comienzo de los tiempos

 

Imagen tomada de la página del artista: http://www.eugenioampudia.net/en/portfolio/concierto-para-el-bioceno/

A mediados del año 2020 el artista Eugenio Ampudia creó la pieza “Concierto para el Bioceno” en colaboración con la curadora Blanca de la Torre. Para esta acción, dispusieron miles de plantas dentro del Gran Teatre del Liceu en Barcelona, mientras un cuarteto de cuerda interpretaba la pieza Crisantemi de Giacomo Puccini. El resultado fue una poderosa acción que pudo ser experimentada por el público humano a través de videos y fotografías, no obstante, el efecto ambiental de la música fue experimentado por las plantas que ocupaban el teatro.

Esta acción, evocadora y al mismo tiempo apocalíptica, me recuerda a la escena de la película Titanic, donde otro cuarteto de cuerdas interpreta Nearer, my God, to thee ("Más cerca, Dios mío, de ti", himno religioso escrito por Sarah Fuller Adams) mientras el barco se hunde. Siempre me he preguntado ¿A quién le están tocando? ¿Están tocando para los cientos de víctimas que dejará la catástrofe en contados instantes? ¿O acaso están tocando para el océano y las criaturas marinas a las que pronto se unirán? ¿Es este un himno de despedida o una dulce bienvenida a lo desconocido?

Imagen tomada de https://www.youtube.com/watch?v=U41txhi2nfY

Estos dos conciertos son acciones de toma de conciencia en medio de la debacle, los últimos minutos de reflexión antes de que aparezca la muerte, pero también, el momento exacto en que, como humanidad, estamos atravesando hoy.

Los momentos antes de la catástrofe remueven el velo de las ilusiones, conocido como maya en el hinduismo, nos hacen enfrentar con lo que realmente importa, con aquello que no veíamos claramente. Muchos pasajeros del Titanic se dieron cuenta de que sus suntuosas pertenencias ya no eran relevantes, otros se dieron cuenta de que el vínculo afectivo con sus seres queridos era lo más importante, otros, en cambio, intentaron hacer todo lo posible para salvar sus propias vidas, incluso patear a otros y robar sus chalecos salvavidas. La imagen que aparece al quitar el velo es impactante pues nos revela nuestro real y verdadero yo interior ¿Qué haríamos en esas circunstancias? ¿Qué estamos haciendo bajo las actuales?

Hoy en día los países más ricos están intentando comprar la mayor cantidad de vacunas posible, se han suministrado cerca de 24 millones de dosis en Estados Unidos -24 millones es la población de muchos países-; no obstante, hay países, los más pobres, que aún no han recibido ninguna dosis, y según sus estadísticas, para completar la vacunación del 80% de su población se necesitarán al menos cinco años más que los primeros. En esos cinco años morirían miles de personas en aquellos países con menos recursos económicos y escasa representación en la política internacional.(1).

En la misma línea, algunas compañías farmacéuticas han retenido la patente de las vacunas, lo que impide que otras puedan producirlas, mientras otros países bloquean el transporte de las mismas a cambio de impuestos. Según la comunidad científica, si no existe un proceso de vacunación uniforme y justo en todo el mundo, podrían aparecer nuevas variantes del virus, lo que volvería inútiles las vacunas actuales. Ya empezamos a tocar nuestro propio réquiem.

El “Concierto para el Bioceno” apareció al inicio de la pandemia, en el justo momento en que varios Estados alrededor del mundo estaban considerando instaurar la emergencia climática y donde las personas estaban empezando a ser conscientes del enorme impacto de sus más pequeñas acciones sobre los demás. Veamos las consecuencias que tiene una sencilla acción como toser.

La pieza de Ampudia y De la Torre sitúa a las plantas como público, convirtiéndolas en sujetos, haciéndonos pensar que pueden disfrutar de un concierto, que son seres sensibles, y de la misma forma, que también pueden sentir otro tipo de emociones, como dolor. Ello nos recuerda nuestra responsabilidad como seres humanos en la catástrofe ecológica y planetaria, que es nuestra también; quizás utilizaré el plural "catástrofes", pues no solo hemos creado una emergencia ecológica y sanitaria, sino también una ética y social.

La oscuridad del teatro con sus focos de luz crea un espacio liminal entre el comienzo y el final del cataclismo, ¿Entre la vida y la muerte? ¿O entre la vida pasada y una nueva vida? Eso depende de nosotros. En la escena del Titanic ninguno de los pasajeros mira a los músicos, todos corren; sin embargo, en la acción de Ampudia y De la Torre, las plantas son el público del cuarteto de cuerdas. ¿Es este un presagio del futuro de nuestro planeta? ¿Un futuro en el que plantas y otros seres no humanos -que durante años hemos despreciado y explotado- serán los testigos de nuestra autodestrucción como especie humana? Quizás soy optimista al hablar en términos de futuro, cuando todo parece indicar que es nuestro presente. 

Imagen tomada de la página del artista: http://www.eugenioampudia.net/en/portfolio/concierto-para-el-bioceno/

Sin embargo, los humanos podemos acceder a este concierto a través de internet, hoy en día la tragedia no ocurre en el campo de batalla, sino en la pantalla y desde la comodidad de nuestros hogares. La comodidad de la catástrofe hace que el olor a alquitrán y el dolor del vecino ni se perciba.

La escenografía de esta pieza crea una separación entre “plantas” y “músicos”, la arquitectura del teatro crea una contundente diferenciación entre artistas y público, entre pasivos y activos, entre quienes emiten sonidos y quienes los escuchan. Lo cual restablece una separación que a mi parecer el término “Bioceno” pretende diluir.

Bioceno es un término sugerente. “Bio” proviene de la palabra griega bio que se refiere a la vida, sin embargo, es importante anotar que bio se refiere a la vida como “historia” o “desarrollo espiritual”, como en la palabra “bio-grafía” que no solo se refiere a la “vida orgánica”. Y -ceno proviene del término griego kainos, que significa nuevo, reciente, fresco; el tiempo o la era más reciente.

En ese sentido etimológico, Bioceno se refiere a un tiempo reciente de la historia caracterizado por el desarrollo espiritual de la vida. Entonces, la pregunta que surge aquí es ¿Qué es la vida? ¿Qué está vivo? ¿Cómo se desarrolla espiritualmente la vida? ¿Podremos finalmente reconocer de lo que nos une con otros seres en lugar de lo que nos separa? Parece que al final de los tiempos, volvemos a las preguntas primordiales y originales. Quizás, el hecho de que se instauren estas preguntas pueda hacer la diferencia, en que el cuarteto que ahora nos acompaña entone el Réquiem o el Gloria in excelsis Deu.

 

Imagen tomada de la página del artista: http://www.eugenioampudia.net/en/portfolio/concierto-para-el-bioceno/

 

1. Cf. https://www.elespectador.com/noticias/salud/no-veo-posible-lograr-la-meta-de-vacunacion-en-2021/?fbclid=IwAR1YXtd7Zbh6-XFGFjm2KWPb5akM18L6ryEQdLML1efwb15ejaNE

Sunday 18 October 2020

Trabajo y clasismo: Paradojas en las instituciones artísticas. Reflexiones de un artista y educador

Desde que entré a estudiar Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Colombia hace más de una década, me vinculé laboralmente con diversos espacios artísticos, la mayoría de estos en Bogotá. Trabajé desde el área pedagógica en museos, espacios independientes y eventos artísticos y culturales, ya fuera como mediador/educador o coordinador de dichos programas. Con todos estos me siento agradecido, me permitieron expandir mis conocimientos y allí conocí personas valiosas para mi vida personal y laboral.

Este periodo de pandemia, que se ha juntado con el privilegio de tener una beca para estudiar fuera del país, me ha hecho reflexionar en torno a mi vida laboral -me he dado cuenta de que he tenido más de diez diferentes experiencias laborales-. La distancia física y temporal me ha permitido mirar algunas de estas experiencias desde una óptica crítica y asumir sucesos que entonces fueron dolorosos, con el fin de sanar y seguir aprendiendo. 

Recintemente he compartido estas ideas con algunxs amigxs cercanxs, y para mi sorpresa, ellxs pasaron por experiencias similares a las mías -las cuales también recojo en este texto-. Lo cual, me llena de esperanza en que estas reflexiones puedan propiciar escenarios de conciencia y sanación en otras personas.

He recordado en particular a mis colegas, quienes, como yo, eran jóvenes sin mayor experiencia laboral, en su mayoría provenientes de universidades públicas, de bajos recursos y/o con ganas de desarrollar una vida profesional. 

Esta condición de vulnerabilidad -e ingenuidad- establece una ausencia de experiencias previas en las cuales se hayan configurado límites laborales. Si a ello se le suma la ansiedad juvenil por iniciar una carrera profesional, esto genera un caldo de cultivo perfecto para que varias situaciones poco adecuadas puedan darse.

Ya habrá quien diga que en la vida se aprende “a los golpes” o a “los trancazos”, pero me niego a creer que es la única manera en que podemos vincularnos al campo laboral en esta sociedad. Pero hay más tela por cortar en este tema, el cual vinculo directamente con un asunto de clase.

Para ser más concreto, quisiera mencionar algunos de los sucesos por los cuales mis colegas y yo pasamos. Los he organizado por temas, especificados en la Ley 1010 del 2006, conocida como ley de acoso laboral en Colombia, me permito citar aspectos de esta para mayor claridad.

 

1. Maltrato laboral: “Todo comportamiento tendiente a menoscabar la autoestima y la dignidad de quien participe en una relación de trabajo de tipo laboral.”

  • Dinámicas de castigo. Ante haber cometido una supuesta falta, mi jefe me mandó a realizar labores de aseo, sin importar que mi cargo era en el campo educativo.
  • Manipulación. Escuchar expresiones como “Aquí nadie es indispensable”, “Todos tienen la puerta abierta y pueden irse cuando quieran”.
  • No tener en cuenta las ideas del otrx. Presunción de que un trabajo en el campo artístico es un asunto de obedecer y no de pensar, evitando que el otrx se exprese y desarrolle sus capacidades intelectuales y creativas. 

2. Persecución laboral: “Conducta cuyas características de reiteración o evidente arbitrariedad permitan inferir el propósito de inducir la renuncia del empleado o trabajador, mediante la descalificación, la carga excesiva de trabajo y cambios permanentes de horario que puedan producir desmotivación laboral”.       

3. Discriminación laboral:  “Todo trato diferenciado por razones de raza, género, origen familiar o nacional, credo religioso, preferencia política o situación social o que carezca de toda razonabilidad desde el punto de vista laboral.”       

4. Inequidad laboral: “Asignación de funciones a menosprecio del trabajador”.       

  • Exigencia de metas irrealizables para el personal disponible. Tener que trabajar hasta altas horas de la noche con la justificación de que “las cosas tienen que hacerse”, “tienen que estar listas para la convocatoria”, etc.
  • Sueldos no proporcionales con la cantidad de horas laboradas.
  • Llamados al personal de aseo (en su mayoría mujeres cabezas de familia o de avanzada edad) para trabajar dos o tres horas fuera de sus jornadas regulares, sin tener en cuenta que, para llegar al sitio de trabajo, debían de desplazarse desde zonas periféricas de la ciudad, o desde fuera de esta, pasando de cuatro a cinco horas diarias en el transporte público.

5. Desprotección laboral: “Toda conducta tendiente a poner en riesgo la integridad y la seguridad del trabajador mediante órdenes o asignación de funciones sin el cumplimiento de los requisitos mínimos de protección y seguridad para el trabajador”.

  • Ausencia de un contrato escrito, con la excusa de que “lo verbal también constituye un contrato”, lo cual daba cabida para que se asumieran jornadas laborales mucho más extensas y responsabilidades que inicialmente no se habían acordado.
  • Imposición de un horario laboral a pesar de tener un contrato de prestación de servicios o, sin haber firmado un contrato físico.
  •  Pasantes universitarios, que por regulación del Ministerio de Trabajo deben de estar adheridos al sistema de seguridad social, al menos con ARL, sin estarlo. Muchos de ellos teniendo que cumplir un horario, sin recibir al menos un auxilio alimenticio o de transporte.

 

Al estar bajo algunas de estas situaciones, sentía que para mí y para mis colegas, renunciar no era una opción, tanto por nuestras necesidades socioeconómicas particulares, como por la ausencia de una oferta laboral fuerte en la ciudad; lo cual, generaba una presión adicional.

Me he dado cuenta de que un tema central en algunas de estas experiencias ha sido el clasismo. Asunto del cual sólo pude darme cuenta de su intensidad y profundidad durante estos momentos de reflexión y al salir de Colombia, pues lamentablemente, en nuestro país se ha normalizado e integrado tanto en términos culturales y sociales, que a veces pareciera transparente e irreconocible.

Cuando hablo de clasismo, me refiero a una discriminación, separación o segregación por diferencias de clase. Puede ir desde no contestar un saludo, la exclusión de una persona de una conversación o un almuerzo, o incluso, llegar a acarrear jornadas laborales más extensas e intensas, con menos remuneración y recibiendo malos tratos, como los anteriormente descritos.

Mi hipótesis es que, en el campo artístico y cultural, al moverse altos flujos de capital (económico, social y simbólico), las brechas sociales son aún mayores y, lamentablemente en varios países, particularmente de Latinoamérica, ello acarrea situaciones de discriminación. La cual, además de pasar desapercibida, perpetua relaciones de poder, escalas sociales y abre la puerta para que todo tipo de relaciones abusivas puedan generarse.

Hago énfasis en las instituciones pequeñas -espacios independientes-, en las que, al no haber escenarios de agrupación sindical o áreas de recursos humanos, sus trabajadores habitan un mayor estado de vulnerabilidad.

El privilegio de clase en el campo laboral, si no se asume desde la empatía, puede manifestarse en la ausencia de comprensión de las realidades socioeconómicas de las otras personas. El asumir que el otrx tiene mis mismas posibilidades de acceder al transporte, la alimentación, etc. Me pregunto: ¿Hasta qué punto conocemos las realidades de las personas que trabajan diariamente con nosotrxs?

En otros escenarios, el privilegio se puede manifestar al asumir que el estatus económico o el capital social son suficientes para generar criterios y directrices, generando escenarios arbitrarios, autoritarios y verticales, donde estas cualidades pasan por encima de los argumentos y desconocen las capacidades intelectuales de lxs trabajadores, y particularmente, el conocimiento que estxs han aprendido y recogido en el trabajo diario en la institución. Por lo tanto, desconociendo los procesos y las dinámicas de base de la misma institución.

De esta manera, si no hay una conciencia del otrx que parta de asumir los privilegios propios, se seguirán reproduciendo atmósferas dañinas, las cuales son incubadoras de heridas emocionales, psicológicas y traumas laborales. Lo que yo denominaría: escenarios de enfermedad. No obstante, si bien estas conductas se ven acrecentadas por temas de clase, no afecta únicamente a las personas de menos privilegios, lamentablemente hemos normalizado una cultura del abuso en el entorno laboral.

Por lo tanto, cuando en los últimos meses se habla de “volver a la normalidad”, me pregunto: ¿A qué normalidad se refieren? ¿Y desde qué óptica se establece “lo normal”?, pues el sistema de opresiones que estoy describiendo no permite que “la normalidad” añorada por algunxs, sea saludable para todxs. ¿Percibimos el impacto de nuestros comportamientos en la salud de los trabajadores?

Me estoy refiriendo específicamente a instituciones artísticas y culturales, donde diariamente se tratan temas como “derechos culturales”, “inclusión”, “radicalidad”, “ecología”, “horizontalidad”, “colectividad” y “empatía”. Hago un llamado a la coherencia para que estos conceptos pasen de conversatorios y textos (curatoriales) a integrarse en el accionar diario de las instituciones. Basta de hipocresía. Es hora de que lxs artistas pensemos con mayor detenimiento qué mecanismos, prácticas y dispositivos estamos apoyando con nuestras obras.

Considero que en este momento histórico las instituciones no pueden permitirse hacer las cosas como las venían haciendo antes. Ya no es posible normalizar el abuso, el acoso y el maltrato; por ello confío en su capacidad de transformación y mejoramiento. Entendiendo que en este momento hemos de mirar adelante como pueblo humano.

En esa medida, está en nuestras manos como artistas y agentes del campo artístico y cultural ser conscientes de las prácticas que diariamente llevamos a cabo. Creo que una de las grandes enseñanzas de la pandemia ha sido la empatía y el afecto, lo importancia del cuidado y el asumir que necesitamos del otrx, de la armonía con el/la otrx para sobrevivir.

Como artista y educador, creo en la capacidad de aprendizaje, transformación y por lo tanto de sanación de las personas, por ello no me adhiero a la cultura de la cancelación, razón por la cual evité poner nombres de personas o instituciones en este texto. Confío en que es posible que cada quien realice un examen de conciencia respecto a los temas que previamente he señalado, creo que solo así se podrán llevar a cabo las transformaciones necesarias para realmente reverdecer el ecosistema social, haciendo que la “normalidad”, no genere alegrías en unxs y, discriminaciones y malos tratos en otrxs.

He de reiterar que este no es un asunto que atañe exclusivamente a las instituciones y personas que trabajan en ellas, sino a todxs como sociedad ¿En qué momento he tenido actitudes clasistas o he sentido discriminación de este tipo?


. . . . .


Tips para un trabajador(a) en una institución artística o cultural


  • No trabajes si no hay un contrato escrito de por medio.          
  • Pide que te especifiquen cada una de tus funciones y no asumas funciones adicionales si no vienen acompañadas de un incremento salarial.          
  • No tienes por qué cargar con la situación financiera de la institución.          
  • Ningún trabajo es más importante que tu bienestar. Tú eres tu prioridad #1. Renunciar es siempre una opción.          
  • Siempre pregúntate: ¿Cuáles son mis límites? ¿Cuál es mi límite para hablar con un superior? ¿Para dejar el trabajo? ¿Para denunciar?          
  • Conversa con tus amigxs y familiares, escucha, analiza y agradece sus consejos.          
  • Tu integridad, salud y justo reconocimiento (económico, intelectual, simbólico, etc.) es fundamental, no aceptes tratos que vayan en contravía de esto. Ten cuidado con aquellas instituciones y personas "prestigiosas" que proponen remunerarte con "prestigio".         
  • Mantén claros tus límites personales, no permitas situaciones de irrespeto, malos tratos o humillación. No permitas chantajes o manipulaciones emocionales.          
  • Busca otros escenarios y formas de tener otros ingresos económicos. Júntate con amigxs y colegas, imaginen alternativas viables y creativas. El ámbito laboral también puede ser un escenario “creativo, creador y transformador” (como dice una amiga), ¡Hazlo posible!          
  • Sé solidario, sé un apoyo para tus colegas. Reflexiona sobre tu accionar, en qué momento estas reproduciendo y naturalizando situaciones de abuso, injusticia y clasismo. Si has tenido este tipo de actitudes, lo importante es reconocerlas, reflexionar por qué se generaron y cambiar.
  • Nadie es un monstruo, ni es completamente “bueno”, ni “malo”. Reconoce el punto de vista de lxs demás, entendiendo que cada uno percibe la realidad de manera diferente, que solo al compartir y conversar, podemos aprender el uno del otro.